“...si yo quiero que la República sea amable, si yo quiero que los cubanos amen la Nación y la República, me importa muy poco que amen al Gobierno. El Gobierno es una cosa transitoria y la República es algo que debe ser inconmovible. El Gobierno se compone de personas que pasan. La República se compone de las leyes, de los sentimientos, de la historia que son duraderos. Amar a la República no implica amar a sus gobiernos.[1]” Manuel Sanguily Garrite.
“Tengo dudas del deseo de EE.UU. de penetrar en Cuba”, afirma Pablo Milanés. cubanet.org (Publicado en la Tercera (Chile).
Es apenas una coincidencia, una sincronía sin ningún trasfondo, pero el título del último álbum de Pablo Milanés, de 71 años, sintetiza en un solo concepto el último trecho de su existencia: Renacimiento. Luego de cinco años sin presentar material inédito, el cantautor lanzó en 2,013 un trabajo que lo devolvió a la primera plana y que lo hizo refugiarse nuevamente en el cancionero más propio de su país, con variantes que van desde el son y la conga, hasta el guaguancó.
Además, en junio se sometió a un trasplante de riñón, el que fue donado por su propia esposa, la historiadora Nancy Pérez, lo que atenuó un puñado de problemas renales con los que batalló por años y que por momentos arrojaron incertidumbre en torno a su regreso a la ruta. Tras la intervención, retomó las giras, pero ahora los cambios no fueron personales, sino que globales: es probable que, a partir de diciembre, el mundo ya no sea el mismo para Milanés.
A mediados de ese mes, los gobiernos de Cuba y EE.UU. anunciaron un histórico plan para restaurar sus relaciones, fracturadas desde 1961, dos años después del triunfo de la revolución castrista, proceso del que el músico fue uno de sus más insignes embajadores artísticos, encabezando el movimiento de la Nueva Trova cubana junto a coetáneos como Silvio Rodríguez o Noel Nicola.
De hecho, en ese contexto volverá al país, para ofrecer un show el viernes 20 de marzo en el Teatro Caupolicán (Ticketek). “Para ambos países sé que será un desafío muy grande”, asegura a La Tercera, denotando que ha seguido de cerca los nuevos vínculos entre La Habana y Washington.
¿Qué expectativas tiene acerca de este hito? Lo que más me satisface, y me llena de regocijo, es la liberación de los presos cubanos y, por qué no, también me alegra la salida de los presos que estaban en Cuba. Pero tengo dudas sobre las relaciones y el deseo de EE.UU. de penetrar en nuestro país, en todos los sentidos, así como la anulación por parte de Cuba de la falta de libertades en todos los aspectos de la vida de sus habitantes. Para ambos gobiernos sé que va a ser un desafío muy grande cumplir con estos acuerdos, que confío en que aún tendrán que discutirse y no sé a qué fin llegarán.
¿Cree que el embargo frenó el ascenso de estilos cubanos como el mambo o el chachachá? ¿Pueden estos nuevos aires influir en la música o la cultura de su país? No creo que el embargo haya tenido influencia en el desarrollo de la música cubana, porque su calidad es una tradición de siglos, fundamentada en la confluencia de culturas que coincidieron en nuestro país, y que han hecho, junto a Brasil y EE.UU., tres potencias musicales de corte universal. Ese desarrollo no se ha detenido y mucho menos por una cuestión política. Este cambio en las relaciones en lo único que podría influir será en el incremento del intercambio musical, el que enriquecerá más a los dos países, como lo fue siempre.
Usted sigue muy identificado con la Revolución y la Nueva Trova. ¿No le aburre esa etiqueta? Con todo respeto, estoy cansado de que me pregunten por la Nueva Trova y verme obligado a responder durante años, como si fuera un “fundador” de ella. Yo vengo de una generación anterior que realizó una nueva canción muchos años antes que le pusieran sello oficial y que interrumpí porque fui enviado a un campo de concentración estalinista. Cuando la llamada “Nueva Trova” se oficializó, yo hace 10 años que ya cantaba y componía.
No al retiro. Es cierto: Milanés empezó a explorar las bondades melódicas, poéticas y vocales de la música de su tierra en la primera mitad de los 60, mucho antes de ese 18 de febrero de 1,968 en que tocó junto a Rodríguez y Nicola en la Casa de las Américas y dio inicio formal a uno de los estilos más influyentes sobre la sociedad y la canción chilena de los 80. También es cierto que el hombre de “El breve espacio en que no estás” ha desplegado en los últimos años un progresivo espíritu crítico a la conducción de Cuba.
Y, para rematar, también es elocuente cierta mirada nostálgica y hasta descreída en las líneas de su último disco, como en Canto a La Habana, donde asegura “La Habana siempre es mi guía/ Limpia y bonita como fue ayer/ mustia y marchita como está hoy”; o en la sentida balada al piano “Amor de otoño”, en la que aclara que “a mis viejos amigos les diré/ que no ha habido ni habrá amores eternos”, casi una manera de refutar la entrega eterna que alguna vez prometió en una de sus mayores creaciones, “Yolanda”.
¿Qué nuevos estilos y tópicos intentó tratar en Renacimiento? “Recuperé y revisité géneros que están más olvidados o en desuso en la cultura musical cubana y que realmente se pueden hacer universales. Los combiné con estilos que son parte fundamental de mi obra, como la música renacentista y barroca”.
Tras su trasplante de riñón, ¿ha barajado la opción de atenuar el ritmo de las giras? Hoy yo y mi esposa nos encontramos estupendamente, con muchas más ganas y planes de trabajar, así que eso de abandonar los escenarios no está entre mis opciones. Lo que más disfruto es hacer mis conciertos.
¿Cómo evalúa hoy su relación con Chile? Mis lazos fueron construidos a base de una intensa relación con su pueblo y de implicarme en algunos de sus procesos históricos más fundamentales, dentro de la línea marcada por el MIR y Miguel Enríquez. Continúo teniendo un gran amor por Chile cada vez que lo visito, gran parte de las nuevas generaciones han heredado el interés por lo que un día canté y por mis actuales composiciones.
Cuba-EEUU: Otear el futuro posible. Por Leonardo Padura. IPSnoticias.net
LA HABANA, 18 ene 2015 (IPS) - Todos los cubanos, a un lado u otro del estrecho de Florida, pero también en España, Francia o Groenlandia (que allá igualmente hay un par de cubanos) sentimos que el 17 de diciembre, cuando el presidente de EE.UU., Barack Obama, anunció la normalización de las relaciones con Cuba después de más de medio siglo de ruptura, se estaba produciendo un momento histórico que, de alguna forma, nos incluía a cada uno de nosotros.
Los que vivimos en Cuba precisamente por vivir en la Isla; y los que radican en la diáspora por las razones que, en diferentes momentos y por diversos motivos, los llevaron a emigrar y reescribir sus vidas.
Una gran mayoría reaccionó con júbilo y esperanzas; un porcentaje menor con sentimiento de derrota y hasta de traición; y otra cantidad posible con pocas expectativas respecto a lo que puede provocar esta decisión para el curso de sus existencias.
Pero lo que sí resulta indiscutible es que cada uno de nosotros se sintió removido por el anuncio que algunos medios calificaron incluso como “la noticia del año”, algo muy notable (aun cuando se considere exagerado) tratándose apenas de la normalización de relaciones entre EE.UU. y un pequeño territorio del Caribe que no decide la economía de su región y, se supone, no influye en las grandes políticas mundiales.
Por lo pronto, los cubanos que vivimos en la Isla hemos sentido ya un notable primer beneficio de los acuerdos anunciados: hemos sentido cómo baja una tensión política en la que hemos vivido por demasiados años y desde ya podemos sentir que es posible rehacer nuestra relación con un vecino demasiado poderoso y demasiado cercano, y si no de un modo amistoso, al menos relacionarnos de una forma cordial, civilizada.
Sin embargo, la pequeñez geográfica y económica de Cuba hace años que no se corresponde con su proyección internacional, y la llamada “noticia del año” lo fue (o lo pudo haber sido) por varias razones, además de las sentimentales que nos afectaron a los cubanos.
Por su carácter simbólico como acto de distensión y punto final del dilatado epílogo de la guerra fría, como reconocimiento de un error político sostenido por EE.UU. durante demasiado tiempo, por su peso en las relaciones interamericanas y por su carácter humanista gracias a que el primer paso de lo acordado fue un intercambio de prisioneros, algo siempre conmovedor y humanitario.
Y también lo fue porque en un mundo cada vez más cargado de malas nuevas, el hecho de que dos países enfrentados políticamente por medio siglo decidan superar diferencias y optar por el diálogo resulta algo reconfortante.
Tres semanas después la maquinaria de esa nueva relación ha echado a andar. En vísperas de la visita a La Habana de la secretaria de Estado adjunta Roberta Jacobson para iniciar conversaciones de alto nivel “face to face” con el gobierno de La Habana, el presidente Obama ha anunciado la entrada en vigor de sus primeras medidas de cambio.
En la lista destacan las relacionadas con la mayor apertura de licencias para que los estadunidenses puedan viajar a Cuba, el aumento de las cifras de las remesas que se permiten enviar a la Isla, la reanudación de intercambios financieros y bancarios, el incremento de relaciones comerciales en diversos rubros y la pretensión de sostener el crecimiento de la sociedad civil cubana por diferentes caminos, entre ellos de la información, las comunicaciones y el posible apoyo económico a los emprendedores.
Cuba, por su parte, cumplió con la liberación de prisioneros por los cuales Washington había mostrado interés.
Las medidas recién implementadas por Obama pueden tener una trascendencia notable para Cuba. Ante todo porque deja la política de embargo como una camisa de fuerza que se ha llenado de boquetes y prácticamente convierte su derogación en una cuestión de tiempo y, para empezar, elimina muchos de los temores con que los inversores de otros países miraban su posible entrada en la Isla.
Mientras, Cuba espera su salida de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo en la cual ha estado incluida por años y, a uno y otro lado del estrecho, los ciudadanos cubanos miran con justificada incertidumbre el futuro de la Ley de Ajuste Cubano, que garantizaba la residencia norteamericana a cada isleño que pusiera un pie en territorio norteamericano, por la vía que fuese, un tema del que seguramente se hablará durante la visita de Roberta Jacobson.
Pero, mientras los acuerdos políticos van a un ritmo que no deja de sorprender, los cubanos insistimos en preguntarnos cómo se vivirá en la Isla esta nueva situación creada a partir del 17 de diciembre y hoy en marcha por diversas vías.
Porque entre las intenciones de Obama de instrumentar un cambio de política que lleve al mismo fin (el cambio de sistema en Cuba) y su éxito, median las decisiones que hacia el interior irá tomando el gobierno cubano para aprovechar lo útil de la nueva relación y eliminar peligros potenciales.
La posible llegada masiva de norteamericanos a Cuba parece que pudiera ser el primer efecto visible de cara a un futuro que ya ha comenzado a correr.
Si hoy la Isla recibe al año una cifra de tres millones de visitantes, esa cantidad bien podría duplicarse con las nuevas regulaciones anunciadas por Obama. Por ello, todos se preguntan si el país está preparado para semejante circunstancia y las respuestas no suelen ser demasiado alentadoras.
Cuba, luego de haber entrado en un largo período de crisis con la desaparición de la Unión Soviética y sus generosas subvenciones y con el recrudecimiento del embargo estadounidense con las leyes Torricelli y Helms-Burton (que incluso alcanzaron efecto extraterritorial), es hoy un país con serios problemas de infraestructura en las comunicaciones, vialidad, transporte, los inmuebles, entre otros rubros.
La carencia de recursos para hacer las necesarias inversiones afecta también la compra de productos que demandarán los presuntos visitantes y generará dificultades al consumo interno, ya de por sí bastante encarecido y en ocasiones poco abastecido.
Quizás los primeros beneficiados con esa llegada masiva de norteamericanos a costas cubanas sean los pequeños empresarios de la Isla que ofrecen servicios de hostelería y alojamiento (y los otros miles de personas que giran en su órbita).
En la actualidad en una ciudad como La Habana no existen suficientes habitaciones en los hoteles (propiedad del Estado o de capital o administración mixta con empresas extranjeras) y mucho menos una calidad en los servicios gastronómicos estatales que los haga competitivos.
De tal modo, una parte notable del dinero que circule pasará por manos de los empresarios privados (los llamados cuentapropistas), un sector que aun cuando debe pagar altos impuestos al Estado y elevadísimos precios para la compra de insumos en el mercado minorista (todavía no existe el reclamado mercado mayorista que los beneficie), obtendrá importantes ganancias en el panorama que hoy se dibuja en el horizonte cercano.
Y este fenómeno contribuirá a dilatar aún más el cada vez menos homogéneo entramado social de la nación caribeña.
Otra de las grandes expectativas nacionales tiene que ver con la posibilidad de que los cubanos puedan viajar a EE.UU. pues, aun cuando se ha abierto mucho más en los años recientes, sigue siendo un duro escollo a vencer para muchos ciudadanos de la Isla obtener el visado que les permita viajar al país del norte… y, entre ellos, a los que pretenden radicarse allí bajo el manto de la Ley de Ajuste Cubano, ahora con la posibilidad añadida de no perder sus derechos ciudadanos en la Isla bajo la protección de las leyes migratorias aprobadas hace dos años por el gobierno de Raúl Castro, las cuales eliminaron la onerosa figura migratoria de la “salida definitiva del país”.
Y, en un terreno menos concreto pero no menos presente, cae el tema de los discursos y la retórica. Medio siglo de hostilidad en muchos territorios, incluido por supuesto el verbal, debe comenzar a ceder a la luz de las nuevas circunstancias.
El “enemigo imperialista” y el “peligro comunista” están sentados a la misma mesa, buscando soluciones negociadas, y el lenguaje debe adecuarse a esa nueva realidad para conseguir la necesaria comprensión y los esperados acuerdos políticos.
Por eso muchos –entre los que me incluyo- hemos sentido desde el 17 de diciembre algo semejante al despertar de una pesadilla de la cual casi ninguno de nosotros confió en que podríamos escapar. Y con los ojos abiertos, ahora oteamos el futuro que vendrá, tratando de darle siluetas más precisas.
Leonardo Padura, escritor y periodista cubano, galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus obras han sido traducidas a más de 15 idiomas y su más reciente novela, “Herejes”, es una reflexión sobre la libertad individual. Editado por Pablo Piacentini
Si este blog ha sido de su agrado, recomiéndelo a sus amigos. Gracias. Yskra y Romel.
Los blogs mangoconarroz, mangoconarrozdos y mangoconarroztres se hacen sin intención de lucro. No percibimos ingresos por ellos. Sólo los creamos para intentar brindarle información y entretenimiento. Por razones de espacio, algunos artículos han sido resumidos. Si desea leer el texto completo debe ir al vínculo que mostramos en el tema. Salvo que se especifique lo contrario, las negritas, itálicas, y subrayados son de los editores. El sentido de (…) y de… es indicar que se ha condensado el original. Los comentarios entre [ ] y las explicaciones en letra de 10 puntos entre paréntesis son del Editor. Nuestros blogs son posibles por los servicios gratuitos de diferentes empresas internacionales de comunicación. Gracias.
[1] Citado por el historiador Octavio R. Costa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario