He salido bajo el viento y la lluvia. Por Indra Fernández Mato.
He salido bajo el viento y la lluvia de la aldea, que siempre tiene una nube asignada, sea verano o invierno como es ahora; mientras estoy partiendo se parte en dos.
Destino: La Habana. Voy con el corazón desconectado a fuerza de usar la mente; no obstante, por algún lugar salen trotes de caballos en la incertidumbre, metiéndoseme por entre la ropa el frío del que ya me mofo y las patas del caballo en el pecho cuando pienso en las maletas pasando el control aduanero cubano: ¿qué si son de uso personal o para importación? Sí, en todo caso, tendré que pagar el doble de valor del “cola cao”*, la leche en polvo, café, el papel higiénico, las especias, la sal, el azúcar… se me mueven las espuelas en el estómago si no consigo pasar el día a día concentrada en estas maletas… desayuno, primera visita al baño, una lata de las buenas gallegas, para acompañar con un boniato [batata o patata dulce] o una papa distraída de invierno en el almuerzo. [* Cola Cao: chocolate para mezclar con leche, similar al Kresto que existía en Cuba antes de 1,959.]
Maletas de papel, bolígrafos, los cuatro libros sagrados, piensa uno, y resulta que sólo se salva Platón, bueno y también Lobo, que ha viajado después de tenerse abierto medio año sin llegar nunca a entenderlo. Como siempre Lobo tan genialmente difícil. Pensé que el Caribe ayudaría a desenredarlo… y sí. Se traga las tardes de hastío tropical con suaves notas de África alzándose tras el almácigo del patio viejo. [Almácigo: 2. m. Árbol de la isla de Cuba, …, llega hasta ocho metros de altura. Tiene el tallo cubierto de una telilla fina y transparente que le da un brillo cobrizo; su fruto sirve de alimento a los cerdos; sus hojas, de pasto a las cabras, y su resina se emplea para curar los resfriados, y también como remedio vulnerario y diaforético. DRAE Por su rápido crecimiento se usa para cercados.]
La casa ha dejado atrás los olores del verano. Su cálido húmedo mezclado con hollín de cocina ha sido aireado por estos vientos de diciembre ya olvidados. Serenados los primeros trotes en el estómago, no vienen los siguientes, y los esperaba de un momento a otro. El rechazo a la casa, el miedo al miedo de enfermar entre nidos de arañas y hormigas sobre los pasteles. La abuela agarrada a los años ya cansados. Pero no, no vienen. Desconectado el corazón. Me viene el sueño con las maletas aún en la escalera. Enteras, pasado el control sin ponerles un dólar de más.
El Pontiac avanza con respetable existencia por la Calzada de Diez de Octubre. ¡Qué gozo de muros carcomidos! El gusto estético que reta al cinismo cuando la vida dentro es dura, durísima. De niños agarrados a la teta seca, el orine regando el piso, neveras (refrigeradores en Cuba), también secas y secas las pilas (grifos). Sin agua en cuatro días, el gas perdido, y yo que hablo de gozo, sublimación estética, recuerdos de esquinas venecianas congeladas en mi memoria. Muros carcomidos, recontra dolidos, hermosos. Si mi máquina inglesa estuviera aquí, pensaba, sería como niña vestida de domingo entre abuelas estrujadas y sabias. He dejado atrás un Jaguar gris perla, que hace las veces de estorbo en nuestra ya venida a menos, vida de provincias y clase media.
Me subo al Pontiac, viejo almendrón todavía útil, me acomodo con la madre, el niño y el negro cansado que llevo detrás; delante el chófer flirtea (evita) los baches. Su codo cada vez frenado por la enorme teta de la vieja que lleva al lado y aún, se detiene para coger otro cliente más en el carro. Ya el culo de la vieja en el muslo, el otro con medio cuerpo en la ventanilla. El carro parece abrirse en dos. Los hierros resuenan bajo los pies y como un colador, se filtra la calle hacia dentro. Las ventanillas cortan como navajas; el asiento sí es un trotar de caballos contentos. Suena inagotable el mismo regatón de antros, palenques y discotecas de todos los días.
Baja la mamá y el niño, me desplazo, suben otras dos personas más. El chófer con el fajo de billetes hecho un canuto (paquete circular). La mano aferrada al dinero, parece regalarlo cuando la saca por la ventana. Siempre la lleva por fuera. Hace señales de derecha, izquierda, paro… pasa y no me jodas (molestes), el claxon no se calla, tampoco las otras máquinas decrepitas callan, rugen, regurgitan fuego, saltan sobre agujeros como pelotas de infancia. Parque Central. Caballeros, ¡todos pa’bajo! Y todo por 50 centavos de divisa nacional (moneda supuestamente convertible).
La marea habanera te embriaga y te agarra en el Parque Central. No te suelta hasta llegar al malecón por todo Obispo, y después allí otra marea más de desodorantes envueltos en ácido de cuerpo europeo se mezcla con la fórmula secreta del Marlboro que busco entre la gente. Hace mucho tiempo que no entra aquí esa maldita caja roja. Su aroma recuerda a paquetes vacacionales con todo incluido: sol, tumbona, roncito, mulatas prohibidas de ensueño, ahora fregando pies de mexicanos, italianos, nórdicos grises. El Marlboro dejando una estela desde mi juventud y los primeros cigarrillos suaves fumados aquí en esta Casa del Té imitando maneras de poetas engañados, gente con ganas de inventar la poesía, que no versos, animarse con la Perestroika. ¡Que si nos llegara…! Algunas pecando en el humo de cigarrillos, cruzábamos la otra acera. La estela del Marlboro nos seducía, dejábamos nuestros poetas sin versos en estas mesas. Volvíamos atrás arrepentidas. No quedaba nadie. El hueco del patio con su árbol, las mesas sin té. En su lugar cervezas, emparedados, cajas rojas de tabaco cubano.
Hace unos días he conseguido por fin un carrito “cubano” para alquilar unos meses. Buscar y hacer tratos con locales no es fácil. Hay una sola respuesta: ¡eso ya está! Parecen querer decir sí, e incluso añaden: ¡No hay lío con eso! ¡No te preocupes! Pues no. No hay nada resuelto, sí hay lío con eso; sí debes preocuparte. Los días pasan y sigues necesitando lo que buscas, sigues buscando un trato cada día, cada uno igual que el primero. He conseguido entenderme con un mulato al que se le queda corto todo esto para lo que podría llegar a hacer. Emprendedor y correcto. Con un código de decencia reconocible, es decir: te comportas, me comporto, si me das la palabra tendrás la mía, si me fallas te parto las piernas. Aunque inamovible en sus intereses, he conseguido un precio asequible por un Moskvich, que hay que mover como un peso muerto y que me mueve de un lado a otro de la ciudad.
La vida de un cubano también está hecha de contar con un Lada* o un Moskvich*. Son los carros (coches) de los privilegiados de una época. Fueron los carros de los ministros, coroneles, médicos destacados y gente con influencia. Ahora, a pesar de la entrada de carros europeos y asiáticos al consumo de ciertos cubanos recién pudientes, los Lada y los Moskvich han recuperado un cierto valor para aquellos que cuentan con siete o diez mil dólares cubanos para revestirlos y recomponerlos pieza a pieza, siempre que tengan una casa dado que su valor es el mismo que el de la chatarra rusa. (*Lada: el viejo Fiat 124 rusificado; Moskvich: auto, coche, de muy baja calidad soviético.)
El Moskvich va duro y no hace más que venirme las ganas de reír cuando pienso en la lista de características varias de nuestros coches. Gira el condenado a regañadientes, pero gira, avanza sin aspavientos y va llegando lejos enmarañándose por estas calles. Me deja la ropa impregnada en perfume de jeques árabes. Al menos es mejor que el hollín del petróleo de los carros boteros*. Hecho de menos las vidas que iba intuyendo en mis compañeros de carro, la fatiga en los ojos de las mujeres, la prisa de los hombres al subir y bajar como si estuviesen huyendo. Están resolviendo**. Hombres y mujeres cada uno por su lado y que como pueden se levantan resolviendo. (* Botero: chófer de alquiler sin piquera. ** Resolver: término criollo para indicar que se está buscando la vida por medios legales, o no, al margen de su trabajo.)
Todo se consigue por fuera*. El mercado en moneda nacional desabastecido, el mercado en divisa, también; sólo que en la acera de enfrente te venden lo que antes llenaba los estantes de la tienda. Ahorro de al menos el veinte por ciento, el mismo producto que va del almacén a la acera de enfrente. “¡Vamos bombillos, fregaderos, neveras, juegos de cuarto, juegos de comedor, frigidaires (neveras), televisores! ¡Aquí están los mejores precios de La Habana! ¿Qué necesitas muchacha, que andas buscando?” No te dejan avanzar hacia la tienda oficial ya para entonces esquilmada. (* “Conseguir por fuera”: adquirir bienes o alimentos fuera de la distribución oficial)
La gente empieza a soñarse una vida. Comienzan los pequeños negocios, los “emprendedores”,- también llamados cuentapropistas-, se cuentan por cientos, los que llegan a buen puerto son los menos. Aún así se siente un empuje doliente, una huida hacia el qué será, ¡vamos a ver! Como se dice.
Empiezo a estirar lo que me queda de despensa. Hay libros esparcidos por toda la casa. Comprar libros nuevos está siendo relativamente fácil y económico. Faltan muchos títulos, las traducciones de los que se encuentran dejan mucho que desear, a veces tiernas. Stendhal no podría hablar tan bien “el cubano”, pero lo habla. Algunos libros se meten conmigo bajo el mosquitero que construye mi aislamiento. No consiguen avanzar, no entretienen mi ya descontrolada curiosidad del mundo. Quedan cada mañana inertes y decepcionados.
El dolor de Yemayá* se mete entre las sábanas viejas que envuelven a la abuela. Todos sufren aquí un dolor debido a los santos que todo lo saben y se vengan con sus huesos, su tensión, sus nervios perdidos, el amor que no llega, los palos que recibió aquella en la cabeza, el marido se ríe, ella que culpa a Ochún, que si él quisiese ir al Babalao (santero) se le pasaba eso, que él es bueno pero “le han echado algo” encima que lo pone así. La abuelita nada en los brazos de Yemayá serena. Y le duelen los huesos de verdad, de la vida, de la infancia, del hijo desaparecido… y no se queja, no dice nada. Sólo pretende acabar mucho antes con mi paquete sagrado de leche en polvo. La leche de los gallegos es la que le gusta. Y yo se la doy contenta, mete los dedos hasta el fondo y ríe de sus huesos dañados. El orine de Yemayá le llega hasta el pelo.
Foto: perdí el autor.
Hoy empieza un nuevo día. Un lluvioso y frío día del febrero habanero. El Moskvich ha empezado a cancanear*, así que se lo han llevado para ver qué le pasa. Tiene proporcionalmente los mismos años que la abuela. No se sabe si estará para mañana. He de reponer algunas cosas de la despensa: no será tarea rápida. Normalmente puede llevarte días encontrar una lata de leche, una botella de aceite algo reconocible. Lo normal es no conseguirlo, pero con un carro y un poco de paciencia y gusto por recorrer esta bella ciudad, quizá como compensación encuentres un kilo de arroz liberado brasileño que no está nada mal y cuesta muy poco. Has de sacar tú jabita (bolsa plástica imprescindible en Cuba) y llevártelo antes que se pierda durante meses, al igual que la lata de leche, el aceite y otros tantos prescindibles que sigo buscando. *Cancanear: 3. intr. Cuba. Dicho de un motor: Trepidar con un ruido especial cuando empieza a fallar. 4. intr. Cuba. Actuar con vacilación. DRAE
Contemplo la lluvia fría habanera con el corazón encogido de nostalgia gallega. Retumbes de cocido de domingos y plañideras de Monteverdi enroscándose a los plátanos paridos cuando irrumpe el pregón del maní, el frijol tiernito, el afiladorrr…
Sobre la autora: Indra Fernández Mato. Nació en La Habana hace 45 años. Formada en escuelas de deporte; titulada en la Escuela Politécnica Nacional en la carrera de Dibujante de Ingeniería Mecánica. Emigró desde muy joven a Galicia, convirtiéndose así en gallega adoptiva. Allí ha ejercido su otra vocación autodidacta heredada de familia: la enseñanza del Yoga. Diplomada en Filosofía.
Sobre el presente relato: fue escrito hace varios años. Expresa la nostalgia del exiliado que ama sus tierras. La situación cubana ha cambiado en algunos aspectos,- como la supresión de la venta en la calle de productos “resueltos” de los almacenes estatales-, aunque en general es tal como se describe en este ameno relato, que tiene un lenguaje muy diferente al habitual y,- para el Editor-, muy atractivo e interesante. Tal vez debió terminar su relato de una forma más íntima.
Sobre los dioses orishas: Yemayá es la deidad superior del templo yoruba. Fue la primera en nacer cuando Olofi decidió crear el mundo, luego de sofocar con agua el fuego que imperaba. De ella nació todo lo que se conoce. Es tan añeja como quien fue su pareja, Obbatalá, quienes dieron vida a los demás orishas.
Reina del amor por excelencia, enseñó a todos los demás lo que es el amor. Su bondad y nobleza la distinguen ante la humanidad. Pero, cuando se enfada es irrefrenable e implacable con quién la indignó, aunque sus castigos siempre llevan el peso de la justicia. Su palabra es tan sagrada como la del propio Obbatalá.
Es quién domina la creatividad y a la madre natura. Es por eso que es a ella a quien se le ruega cuando se tiene problemas con el embarazo. Como madre, tiene la gloria de ser comprensiva con sus hijos. Se le toma como invocadora de la femineidad. Posee las características propias de la Luna. Dicen que es orgullosa y arrogante.
Yemayá es quién reina en el mar con su misericordia y milagros. Por lo tanto se le considera patrona de los marinos. Se le identifica (sincretiza) con la católica Virgen de Regla. Más: Mitología yoruba - Wikipedia, la enciclopedia libre
Jorge a través de la vitrina. Foto sin autor.
HAVANA TIMES — Hay mucho de qué hablar de los tiempos en que Cuba entró en lo que se llamó: “La Sovietización”. Algo que en honor a la verdad, y de todo corazón, hubiese preferido que no sucediera. Creo que la nación cubana tenía demasiadas virtudes para recurrir a esa opción.
Mantengo ese pensamiento hoy en día, pues ese sinnúmero de virtudes que hacen de Cuba una nación privilegiada, es lo que siempre nos salvará. Solo bastaría en que nos aceptemos unos a los otros, aunque no pensemos lo mismo, aunque ya incluso no seamos lo mismo.
“A fin de cuentas, Boris Polevoi”, los días jamás volverán a ser lo que fueron ayer. De hoy en adelante si con algo contamos verdaderamente los cubanos, es con el futuro. No puede haber una opción más real y auténtica que ese, pero es algo que tenemos que acabar de resolver.
En cuanto a la “Sovietización” creo y moriré convencido que no fue la mejor opción. Hurgar en el pasado a veces no conviene y ruego que me perdonen si hoy les hago sentir tristes con esto que se me clavó en mi memoria desde horas tempranas de la mañana y me refiero al “RACIONAMIENTO DE LOS JUGUETES”.
Ya para esa época en el OFICODA (Oficina de Control de Distribución de Alimentos), había nacido la Libreta de Abastecimiento. Existía JUCEPLAN (Junta Nacional de Planificaciones) y todo eso era parte de la Economía Planificada del Socialismo. Muy pronto la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) se haría cargo del famoso “PLAN JABA. Eran los tiempos en que todos los cubanos nos dividimos para siempre en: CABEZA, TRONCO, comestible [¿?], EXTREMIDADES Y JABA.
Yo era un niño soñador con pañoleta azul y blanco en mi pecho y mis maestros me inculcaron el amor por José Martí, en cambio nunca pude ni encontré la fórmula de “ser como el Che”. Yo tenía todo el mundo para mí y todo en la vida era cine y los sueños cine son. En la televisión daban HORIZONTES, un anuncio decía: ¡¡¡Malanguitas en el agua no, no, no!!!, el Oso Prudencio advertía: “¡ESO NO SE HACEEEE!” Mientras otro programa iniciaba así: “En la inmensidad del mar, en lo infinito de los cielos, el hombre se enfrenta a su destino y surgen: Las Aventuras.”
De tanta planificación y tanto control, se ideó un plan engorroso para los juguetes, pues aún existían: “Los 3 Reyes Magos” y el Socialismo no sabía qué hacer con ellos. Pues resulta ser que los Reyes Magos tuvieron que adaptarse a esas nuevas políticas de Planificación Socialista antes de salir de Belén sin posibilidad de réplica y una de ellas consistía en dividir los juguetes en: “BÁSICOS” y “NO BÁSICOS”.
Los juguetes “BÁSICOS” eran los principales, los más deseados y, por ende, los más soñados que podían ser: Una muñeca con su vestimenta en su cajita, un camión de volteo de pilas, así como, carros de bomberos también de baterías, un tren, un bebé que lloraba y tomaba leche con un biberón, un traje y juego de enfermera, un traje de Vikingo con escudo casco y espada, bicicletas o triciclo, un carro convertible con una pareja de muñequitos con una cámara fotográfica que disparaba un flash que también era de baterías. Juegos de granjitas de animalitos, etc.
El Juguete “NO BASICO” podían ser dos y a veces no quedaba más remedio que agarrarlos como: pelotas, yoyos, suizas, juegos de parchís, bolas de cristal, guantes de pelota, bates, juego de yaquis, pelotas de playa, cuquitas, etc.
Pero sucedía que los juguetes “BÁSICOS” no eran muchos y ahí comenzó a joderse [arruinar, echar a perder] la planificación, se acababan rápido y a los cinco días después de enormes colas [filas] con “ticket y pre-ticket” [Identificación en la “cola”] tenías que conformarte con los “NO BÁSICOS”, con lo que quedaba. Recuerdo que un día la relación con mis padres comenzó a ser muy difícil, mis perretas eran interminables cuando de pronto se aparecieron con un guante de pelota y un bate. Creo que fue la vez que llegué a odiar el Deporte Nacional. [Nosotros no tuvimos este problema con nuestros seis hijos. Lo tomaban con filosofía cubana.]
Mi esposa Susy me ayuda a recordar y me cuenta con sumo amor y tristeza esos tiempos de cólera: “Fue una época muy triste para mí, ya que mis padres nos llevaban a caminar por las noches después de su jornada de trabajo para que viéramos lo que se exhibía e hiciéramos la lista. Pero nunca me tocó del 1 al 3er día que era cuando había abundantes “JUGUETES BÁSICOS”. Sólo nos tocó del 4to al 5to. Pues se dividían en dos turnos que podían ser el 4to día en la mañana o el 4to día en la tarde y un número consecutivo de orden. Nunca tuve la suerte de que me comprasen mi selección, pues cuando me tocaba ya no lo había casi “BÁSICOS.
Recuerdo cuando yo tenía como 6 años y mis padres compraron los derechos a comprar juguetes de una señora del campo muy pobre, que tenía más de una docena de hijos y necesitaba alimentarlos. Entonces fue que ella vendió los derechos a mis padres. Ese año tuve muchas muñecas, que además, me fascinaban, llenaron un sofá de vinilo rojo que había en la sala, un sofá cama siempre necesario para cuando venían mis hermanos mayores de la beca.
Mi padre estuvo decorando y colocando el sofá con las muñecas, practicando la sorpresa de los Reyes Magos hasta el amanecer, esa época que no recuerdo si era enero o julio que coincidía con los carnavales y el malecón se llenaba de plastas de mierda de caballo, pero mi padre, sosteniendo la fantasía hasta no poder, decía que se trataba de la caca de los camellos de los Reyes Magos que venían atravesando el horizonte desde Belén.
Cuando cumplí diez o doce años ya no me interesaba nada y esa vez sin embargo me tocó el 3er día, entonces ya estaba mi sobrina Alionka, la hija de mi hermano Tonito, que era muy niña y su mama era rusa. Habían llegado de la URSS pero no estaban en el Sistema Cubano de Planificación Socialista, por lo tanto no tenía derecho a los juguetes y yo le cedí los míos. Recuerdo le compramos un triciclo que tenía un caballito blanco en la punta”, terminó de contarme Susy.
La verdad, no sé hasta cuándo duró ese tipo racionamiento de juguetes. De pronto Los Reyes Magos ya no volvieron a llegar nunca más. Creo eso se terminó a mediados de los 70s. Después del grave incidente con mis padres con el guante de pelota, nunca más tuve juguetes.
Como muchos crecí sin Superman, tengo a Elpidio Valdés y mi televisor fue ruso, no tengo mucho más de lo que puedo hacer y a pesar de todo lucho. No tuve Santa Claus, ni Árbol de Navidad, pero nada me hizo extraño y así pude vivir teniendo que inventar los juguetes una vez al año.
“De casta le viene al galgo el ser rabilargo”: https://es.wikipedia.org/wiki/Roque_Dalton; José Armando Arteaga.1
[Un relato ajustado a la realidad de aquellos años, que no fueron los peores. Había,- como en todos los países-, unos más iguales que otros y algunos pocos como el Che. En la primera distribución de juguetes, Celia Sánchez,- Secretaria del Consejo de Ministros y la “tía” de los combatientes, encargó a París un grupo de juguetes para la cúpula de dirección. A la compañera del Che,- Aleida March-, le enviaron los suyos. Cuando el Che llegó a casa preguntó de dónde habían venido. Aleida,- que bien lo conocía-, trató de hurtar la verdad, pero eso era muy difícil con el Che. Preguntó si esos eran los mismos que tenían los niños cubanos; no quedó otro remedio que decirle la verdad. El Dr. Guevara dispuso que fueran devueltos a Celia y que en su casa sus hijos tuvieran los mismos juguetes que los niños cubanos. Como esta, cientos de anécdotas similares. El Che tenía defectos, algunos muy graves, como no haber nunca llegado a comprender el carácter de los cubanos. No era uno de ellos, sin duda, aceptar ni permitir privilegios. A su casa dejó de ir la camioneta del MININT que distribuía comidas especiales a los selectos, cuando el entonces M. de Comunicaciones y combatiente de la Clandestinidad, Enrique Oltuski, insinuó al Che que debía averiguar porque la comida de su casa no estaba tan mala. El Che no comprendía porqué los cubanos se quejaban de la comida. Desde esa tarde no volvió la dichosa,-para algunos privilegiados-, camioneta. La señora que atendía su casa hacia la “cola” como cualquier cubano en la bodega. Se bien que muchos odian a muerte al Che. Yo lo respeto, como Oltuski. R.]
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