viernes, 25 de octubre de 2024

276. Camagüey. Los fusilamientos (de Cómo llegó la noche)

 Camagüey. Los fusilamientos (de Cómo llegó la noche). Por Huber Matos Benítez.

Fuente de la foto:

De El Fogonero - https://translatingcuba.com/the-day-i-asked-forgiveness-from-huber-matos-camilo-venegas/ Dominio público. “Entrada de las fuerzas rebeldes en la Ciudad de La Habana precedidas por los principales responsables de la derrota de la tiranía del general Fulgencio Batista y Zaldívar. Artículo tan interesante como extenso donde se narran los sucesos de la detención del Comandante Hubert Matos por él, además de otras valoraciones”. El Editor. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73516351https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73516351

Nota: en el texto fuente existen fotos y comentarios que amplían el contenido de este trabajo. No era posible incluirlas en este espacio.

“El 11 de enero de 1,959 comenzamos el traslado a Camagüey en aviones de la fuerza aérea. En total van unos mil hombres incluidos los reclutas. Cuando llego, al día siguiente, en el aeropuerto me reciben varias mujeres armadas vestidas con el uniforme verde olivo del Ejército Rebelde. Se movilizan en vehículos dotados con radios de comunicación. Mientras viajo hacia el campamento militar Ignacio Agramonte veo en las calles demasiada gente exhibiendo armas.

El campamento es un complejo de edificios circundado por un muro. Cuenta con barracas, oficinas, áreas deportivas, anfiteatro, zonas para entrenamiento militar y talleres. Me reúno con el comandante Víctor Mora, un guajiro de sanas intenciones abrumado por la responsabilidad que se le ha confiado, los papeles y el gentío. Hay personas que le plantean necesidades verdaderas, además de los oportunistas que nunca faltan. Mora actúa dispuesto a resolver los problemas. Él va trasladado con personal de su tropa para la provincia de La Habana.

Pasa hora y media pero no formaliza la entrega del mando. “No me dejan, Huber, no me dejan”, se queja. Ante la situación, él sugiere la tranquilidad de la casa del jefe del distrito, en la que reside ahora. Recorrer los cien metros entre las oficinas y su casa es un verdadero espectáculo. Mora da la mano a uno, dice al otro lo suyo, se detiene a dar respuesta a la gente que lo presiona. Por fin, a solas, tratamos algunos asuntos y me entrega formalmente el mando.

Por no ser oriundo de esta provincia comienzo a organizar las cosas con suma prudencia. Prevengo a mis oficiales: —Ustedes saben tanto como yo de los localismos provincianos tan propios del país: “que los camagüeyanos aquí..., que los orientales allá”... Hay posibilidad de recelos y resentimientos. Para ganarnos a la gente en Camagüey, en vez de disgustarla, debemos actuar con inteligencia. Sólo algunos de ustedes tendrán mandos efectivos en una primera etapa; el cambio será paulatino. Si empezamos a desplazar gente que quiere permanecer en sus actuales funciones, procederemos como una tropa de ocupación y no estamos en eso.

Algunos de mis oficiales parecen descontentos con los cargos asignados. Esperaban más en reconocimiento a sus méritos como combatientes. Sin embargo, pronto se adaptan al estilo respetuoso y conciliador que establecemos en Camagüey.

Antes de mi llegada a la ciudad, una falsa alarma degeneró en lo que se conoce como “el combate del hospital”. Alguien alertó sobre un supuesto movimiento de personas que se ocultaban en el recién construido y aún no estrenado Hospital Provincial. La alarma provocó una movilización de muchos efectivos del Ejército Rebelde y de otros tantos voluntarios civiles armados, hacia el hospital. Durante toda la noche se atacó a los “batistianos”. A la mañana siguiente, cuando registran para capturarlos, sólo encuentran al pobre hombre que cuidaba el edificio, muy asustado y metido en un tanque de cal vacío.

Las armas proliferan desordenadamente entre la población. Se producen tiroteos aislados que civiles y rebeldes achacan a la presencia de batistianos. Publicamos una prohibición sobre la portación de armas: sólo podrán llevarlas personas autorizadas. Recibimos revólveres, pistolas, fusiles y pertrechos bélicos perdidos que pertenecen al Estado.

Desde que llegamos, rebeldes y efectivos regulares del ejército se han integrado en una misma tropa. Además de los guerrilleros de la Columna 9 tenemos un grupo de la de Víctor Mora que quedó aquí, y otro de la columna de Jaime Vega. Los rebeldes demuestran, con hechos, que este regreso a la democracia y a la convivencia civilizada debe basarse en un marco de orden y de disciplina, y no en los caprichos de la individualidad.

Nos dedicamos a la tarea de convertir a los rebeldes en militares. El capitán Gutiérrez, oficial de infantería del antiguo Ejército Nacional, nos ayuda en este trabajo. Se organiza un programa de reuniones informativas y formativas para la oficialidad revolucionaria, la que a su vez instruye a la tropa. Estos esfuerzos van dando resultados aceptables.

Llega María Luisa con nuestros hijos y nos albergamos en la casa del jefe del Distrito Militar. Es una casa de dos plantas, amplia y bonita, pero no tiene el sabor de intimidad y refugio amoroso que tenía nuestro hogar en Yara. Es difícil adaptarse a vivir dentro de un campamento militar.

La dictadura de Batista se caracterizó por la crueldad de sus fuerzas represivas. Jóvenes sospechosos de estar vinculados al movimiento revolucionario fueron torturados brutalmente y asesinados. Muchas familias fueron víctimas de esa cacería humana. En cuanto triunfa la Revolución la población comienza a exigir una justicia severa para los responsables de estos delitos.

Hay bastante gente presa en las cárceles: civiles y militares acusados de colaboración criminal o de participación directa en asesinatos u otra clase de violaciones. Los principales presos son militares, entre ellos algunos de alto rango con un historial negro en materia de represión, tortura y desaparición de enemigos o de simples ciudadanos considerados como peligrosos para el régimen de Batista.

Mientras reflexiono sobre todo esto e investigó los pasos que está dando el tribunal en algunas causas, no puedo menos de recordar lo que me dijo durante su visita a Santiago de Cuba, en la primera semana de enero, el comisionado provincial (gobernador) de Camagüey, Agustín Tomé: —Fidel anunció al pueblo de Camagüey, durante un acto público, que serían ajusticiados muchos culpables y mencionó algunos nombres. Varios de ellos han sido arrestados.

En Santiago ya ha habido fusilamientos. Me han llegado informes de que se han cometido excesos e injusticias. En un día, más de 70 acusados de hechos criminales fueron ejecutados. No presencié juicios ni ejecuciones allí porque el mismo Raúl se arrogó esa atribución, bien por orden de Fidel o con su consentimiento. Desde los primeros días de enero, al comenzar mi trabajo como jefe del Primer Distrito Militar, Raúl me dijo: —Mira, Huber, esto de los juicios es una cuestión que quiero manejar personalmente y tu intervención no es necesaria. Se procederá con justicia.

La casi inmediata orden de Fidel de hacerme cargo de la provincia de Camagüey deja a Raúl con el total control de Oriente.

La noticia de los fusilamientos en Santiago de Cuba —todos posteriores a mi traslado— corre por el país y se conoce en el exterior. Según información llegada a nosotros, en tres o cuatro días de enero han sido fusilados en Santiago más de doscientos militares y civiles implicados en hechos criminales. También en la Fortaleza de La Cabaña, donde tiene su mando el Che, el paredón está funcionando con suma frecuencia y ya es alto el número de los fusilados. La reacción internacional a estos hechos no es nada favorable a la imagen de la Revolución.

En Camagüey, desde antes de mi llegada funciona un tribunal revolucionario que no ha dictado ninguna sentencia. Por eso hasta mi despacho llegan constantemente señales de la molestia del pueblo. La gente cree que se está esquivando la cuestión. Hacemos indagaciones con la entidad que controla los tribunales revolucionarios, la Auditoría General de las fuerzas armadas, que funciona en el Estado Mayor, en La Habana, y recibimos las instrucciones pertinentes. Nombramos auditor de nuestro Distrito Militar al abogado camagüeyano Emilio Cosío. Hablo con los miembros del tribunal y demás oficiales a quienes conciernen las responsabilidades de administrar justicia, para que se proceda a dar curso a los casos. Y les aclaro:

Aquí no se trata de vengarse de nadie sino de ser justos. Los criminales deben ser castigados de acuerdo con su culpa y ajustándonos a las normas y directivas de la Auditoría General. Los esbirros de Batista cometieron crímenes en toda la Isla. Hay en la población una tendencia manifiesta a que se aplique justicia con severidad; una actitud exigente no ajena a los discursos de Fidel, en los que ha tratado el tema con evidente radicalismo. Pero no debemos confundir lo que es un criterio político, con la necesidad y la obligación de ser justos.

En el primer grupo de acusados se encuentra un individuo popularmente conocido como Pata de Ganso (nota), a quien se le acusa de haber cometido torturas, asesinatos y otras aberraciones. Está el sargento Gerardo Trujillo, tristemente célebre por su crueldad; y con ellos un número indeterminado de matones y criminales señalados de manera precisa como autores de asesinatos, torturas y otros hechos de extrema gravedad. También están los implicados en el asesinato múltiple de los sobrevivientes del combate de Pino Tres. En este hecho participó como ejecutor el sargento Leopoldo Otaño; pero no fue el único ni el principal culpable del crimen. Es el teniente coronel Armando Suárez Suquet, segundo en el mando militar de Camagüey en aquel entonces (octubre de 1958), el principal responsable del asesinato de los once heridos que ya estaban hospitalizados en Macareño, al sur de la provincia, no lejos del lugar donde se había producido el combate. El teniente coronel ordenó que los prisioneros heridos fueran sacados del hospital, montados en un camión y ejecutados en un lugar despoblado. Los detalles del crimen eran bien conocidos, pero el caso no pudo resolverse sin tener que superar dificultades, porque Suárez Suquet esquivó el arresto escondido en La Habana al producirse el triunfo revolucionario, y luego de su detención fingió estar loco, no respondiendo a interrogatorio alguno. Trasladado a Camagüey fue sometido a examen por una comisión médica, que pudo comprobar que el trastorno mental era un ardid evasivo para no ser juzgado. Se le llevó a juicio y fue condenado a la pena de muerte, y fusilado.

Pese a las críticas y presiones internacionales en contra de los fusilamientos, el 21 de enero, Fidel, en un acto masivo en La Habana, exhorta a la multitud abogando por la pena de muerte para los culpables de crímenes políticos. Cientos de miles de cubanos allí concentrados respaldan su planteamiento de justicia radical, simbolizada en el paredón de fusilamiento. El fervor revolucionario y las esperanzas de un futuro promisorio para Cuba entusiasman a la multitud en una medida que le imposibilita percibir la trascendencia de esta política tan severa.

Un día después, el jueves 22 de enero, fue juzgado en La Habana uno de los más connotados criminales de la dictadura batistiana, el comandante Jesús Sosa Blanco. El juicio se lleva a cabo en el palacio de los Deportes. El tribunal está formado por los comandantes Raúl Chibás, Son Marín y Universo Sánchez. El juicio se transmite por la televisión. Asiste bastante público además de periodistas nacionales y extranjeros. El público se exalta y grita contra los acusados. El caso, lejos de servir para demostrar los crímenes contra personas inocentes, se convierte en un espectáculo poco propicio para la administración de la justicia.

En toda la Isla hay algo parecido a una psicosis de radicalismo y persecución. Desde Manzanillo, donde el tribunal revolucionario orientado por Raúl Castro ha llevado al paredón a muchas personas, me hace llegar su preocupación Abelardo Guerra, un militar que lleva años en el ejército, desde donde pudo salvar algunas vidas al darle aviso a la gente que iba a ser asesinada. Ahora me dice que le han amenazado con involucrarlo injustamente en los crímenes que se cometieron en el área durante la guerra. Lo reclamo, como hice con Pedro allá en el Campamento La Plata, y aquí está ya, en el personal del Distrito Militar de Camagüey.

Aunque los juicios están a cargo de los tribunales revolucionarios, que se guían por instrucciones de la Auditoría General de La Habana, pedí que en casos de pena de muerte el tribunal me informe quién es la persona y cuáles son las circunstancias del caso.

En ciertas situaciones me veo forzado a intervenir directamente. Una de éstas surge de la acusación que en el área de Ciego de Ávila hacen a unos oficiales de Batista por el asesinato de revolucionarios. El tribunal militar de Camagüey viaja a esa localidad y regresa con una preocupación que me traslada de inmediato: —“Comandante Matos, la gente de Ciego de Ávila quiere que se fusile a varios militares por su participación en una emboscada que dejó como saldo algunos rebeldes muertos y heridos. Creemos que no hay razones válidas para fusilarlos porque actuaron dentro de las convenciones de la guerra. Los que cayeron allí no fueron asesinados, murieron en un combate. Hay protestas porque no los hemos fusilado y amenazas de una paralización total de la ciudad si no se aplica la justicia según ellos entienden”.

En efecto, la protesta se hace con cesación de labores y tumultuosas manifestaciones callejeras. Acudo a Ciego de Ávila y mantengo reuniones con las autoridades revolucionarias locales, y también con gente relevante dentro de la vida pública de la zona. Hablo por una emisora local y pongo énfasis en el absurdo intento de fusilar a esos militares que no son culpables de ningún crimen. Procedieron dentro de las reglas de la guerra. Tomo una actitud firme y el problema se resuelve.

Un caso que atrae mucho la atención en nuestra provincia es el del capitán Lázaro Castellón, del Ejército Nacional, un oficial que había estado en conversaciones con gente de la Revolución durante la lucha. Quienes conocen sus antecedentes afirman que Castellón colaboró en diversas formas con el Ejército Rebelde. Pero su situación se ha complicado de forma inesperada, pues ha salido a relucir su presunta participación en la muerte de Alfredo Álvarez Mola, dirigente bancario y del Movimiento 26 de Julio en Camagüey. De acuerdo con los informes provenientes de la investigación, Álvarez Mola era contacto o guía de la tropa de Camilo en la zona. Estando escondido en la casa de una finca al sur de la provincia, echó a correr cuando los soldados se acercaban; le dispararon y lo hirieron. Herido, pero con probabilidades de sobrevivir, fue rematado y enterrado a escondidas en un lugar apartado dentro de la finca.

Entre los oficiales del Ejército Rebelde hay una corriente favorable hacia Castellón debido a sus contactos con los revolucionarios durante la lucha, y porque no creen que tenga responsabilidad en la muerte de Álvarez Mola. Pero el movimiento sindical y algunos miembros del 26 de Julio reclaman castigo severo. Muchos dicen: “Si no fue el autor directo o indirecto del asesinato, ¿por qué fungió como cómplice o encubridor al enterrarlo a escondidas?”. No hizo bien al esconderse con ayuda de rebeldes de Camagüey, que bien podían haberlo ayudado a que se fuera del país.

Las investigaciones logran sacar a la luz que fue el soldado Francisco (Pancho) Sosa quien tuvo a su cargo la acción de ultimar a Álvarez Mola. Y Sosa afirma que le preguntó a su jefe: “Capitán, ¿qué hacemos con el herido?”, y recibió la orden precisa de rematarlo y enterrarlo donde nadie pudiera encontrar el cadáver.

Durante un tiempo, Castellón pudo escapar de la posibilidad de un juicio manteniéndose oculto, hasta que fue detenido. En el juicio, las declaraciones de Sosa lo comprometen muy seriamente. Los dos son declarados culpables y sentenciados a muerte.

El caso del capitán Castellón ha sido difícil para mí. Estoy convencido de que, a pesar de su responsabilidad en la muerte de Álvarez Mola, este hombre no es un asesino. Lo he visitado en su celda y creo que es uno de los tantos que fue arrastrado por la vorágine de la guerra civil. Quisiera que su suerte hubiera sido otra.

Otro caso de intervención directa, no obstante tratarse de un hecho considerado irreversible, es el de una apelación informal presentada por dos mujeres que acuden a mi despacho: —“Comandante, un hermano nuestro está en la prisión de Isla de Pinos cumpliendo una condena de diez años impuesta por el tribunal revolucionario de Camagüey. No es culpable, es una tremenda equivocación”.

Les contesto que ordenare una investigación oficial. Designe al capitán Francisco Cabrera, inspector territorial del Segundo Distrito Militar, para que haga una amplia investigación del caso. El informe final confirma que, efectivamente, hay una equivocación. El hombre sentenciado y que ha empezado a cumplir condena en Isla de Pinos, no es culpable de lo que se le imputa. Envíe un informe a la Auditoria General en La Habana, con todos los detalles; solícito que, luego de estudiar los antecedentes, se adopte una justa determinación. La Auditoría resuelve y el prisionero recobra su libertad.

Matanzas y Camagüey son las dos provincias donde menos fusilamientos ha habido, a pesar de que aquí también los revolucionarios y la mayor parte de la población reclaman una justicia más radical, como si la credibilidad de la Revolución dependiera del número de fusilados.

Desde Manzanillo, me avisa mi padre que al teniente Pino, que había estado al frente del cuartel de Yara, nuestro pueblo, van a fusilarlo en Santiago de Cuba. Mi padre tiene la convicción de que este señor no es responsable de los delitos que se le atribuyen, la mayoría de los cuales son obra de los masferreristas* del área. Además, en los días más difíciles de la lucha en la Sierra, tras mi incorporación al Ejército Rebelde, el teniente Pino le aseguró más de una vez: “Viejo, no tema por su vida. Aunque su hijo esté peleando contra nosotros, mientras yo esté aquí en Yara a usted no le pasará nada”. [Masferreristas: sicarios a sueldo del senador Rolando Masferrer famosos por su crueldad con civiles y militares.]

Mi padre me informa que irá a Santiago a defender al teniente Pino en un juicio de apelación que está solicitando; me pide que también yo realice alguna gestión para salvarle la vida a este oficial.

Bien, a pesar de que este militar me vigiló persistentemente y me ocasionó algunas molestias, no es un asesino y estamos en la obligación de evitar su fusilamiento.

Mi padre por su lado y yo por el mío intercedemos. Al teniente Pino le conmutan la pena de muerte por la de prisión.

La aplicación de la justicia revolucionaria en la provincia ha sido un trabajo escabroso, con factores adversos, como la inexperiencia de los rebeldes en función de jueces, así como la radicalización del clima político basado en el esquema de que todo lo que hace la Revolución es correcto; también por la pretensión de que con castigos ejemplarizantes erradicaremos para siempre en nuestro país el crimen y la barbarie desde el poder. Estos factores conllevan el enorme riesgo de los excesos, que pueden trocar la justicia en injusticia, en muchos casos sin posibilidad de reversión.

Durante los días siguientes al traslado de nuestra tropa procedente de Santiago de Cuba, la población civil de Camagüey, a causa de rivalidades históricas desde el tiempo de la Guerra de Independencia, en el pasado siglo, nos miraba con cierto recelo. Aunque algunos de nuestros oficiales son camagüeyanos, la Columna 9 se había identificado como una tropa de la provincia oriental, algo difícil de asimilar para la gente de Camagüey, celosa siempre de su orgullo provinciano.

Un mes después y tan sólo con la actitud modesta de nuestros oficiales y soldados, se nos mira de una manera muy distinta. Después de un mes sin sueldo, el primer pago que reciben los rebeldes se cubre con dinero recogido en el pueblo por iniciativa de la dirección del Movimiento 26 de Julio de esta provincia.

Y es que el gobierno revolucionario, transcurridas ocho semanas de su instauración, no ha logrado poner en orden su economía y atender las obligaciones de pago a los servidores del Estado. También hay retraso en la tramitación de los expedientes del personal. No es fácil hacer de una tropa rebelde el ejército oficial de la República con sólo haber tomado los cuarteles.

El traslado a esta provincia me facilita una relación directa con oficiales, sargentos y soldados del disuelto Ejército Nacional que han continuado trabajando con nosotros. Esto me permite afirmar, sumado a otras experiencias, que la gran mayoría de lo que nosotros llamábamos “el ejército de Batista”, está integrado por militares decentes y respetuosos que no se involucraron en los crímenes de la dictadura.

Camagüey es una provincia extensa con abundantes recursos. Su riqueza proviene de la ganadería y de las industrias vinculadas a ella: la carne y la leche. La industria azucarera tiene también un peso enorme en la economía de la provincia. Camagüey produce y embarca al exterior un substancial porcentaje del azúcar que Cuba obtiene en cada zafra. Ahora que el año comienza, nos encontramos precisamente en lo más intenso de esas labores, renglón básico de la economía nacional. Nuestro trabajo debe contribuir al proceso productivo, pese a los temores que los dueños de ingenios y de grandes plantaciones de caña manifiestan ante el poder revolucionario; vale decir, ante la reforma agraria, aún en etapa de estudio.

Ésta es una provincia de apellidos que la honran y que su gente guarda como venerado patrimonio. Constatar que sus pobladores nos aceptaron de buen grado, confirma el hecho de haber mantenido nuestra línea de conducta en un marco de civilidad y justicia, con los inevitables errores que van con la condición humana.

Tomado de Cómo llegó la noche. Tusquets Editores, 2002. Transcrito a partir de un ebook generado por QualityEbook v0.43.

Fuente: https://www.elcamaguey.org/huber-matos-los-fusilamientos

Los cambios en el tipo de letra, entrecomilladlos, subrayados, sombreados de amarrillo, etc. son del Editor en función de hacer más fácil la lectura del texto, tanto por cubanos por los miles de extranjeros que aprecian nuestros blogs. El Editor.

Próxima publicación: se hará en fecha cercana, donde se recoge la rebelión de los esclavos en el Camagüey. Así conocerán cómo se vivía y moría antes de la Independencia. También un artículo de Samuel Feijóo, nuestro inolvidable etnólogo que recorría los campos en busca de la sabiduría popular, convirtiéndola en muchos de los “cuentos” cubanos. 

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