jueves, 21 de marzo de 2024

274. El indiscreto encanto del placer ajeno o “Escenas de la vida en provincias”.

Esta narración tiene dos partes: la primera en el siglo XX. Transcurre en un ómnibus de pueblo e intenta ser una versión libre de un capítulo de la Comedia Humana de Honoré de Balzac. La segunda, trata jocosamente algunos personajes de la Divina Comedia de Dante en el siglo XIV. Ambas son obras de dos grandes de la literatura mundial: Balzac lo humano y Dante lo divino. No es más que una distracción literaria sin otro propósito que hacer sonreír, y pensar, al lector. Por Romel H. Zell.

Para aquellas/os que se consideran librepensadores les recomiendo Eloísa - Wikipedia, la enciclopedia libre.  “… nacida alrededor de 1,092 (2) y fallecida en 1,164 fue una intelectual de la literatura francesa de la Edad Media,…  las cartas de Abelardo y Eloísa se consideran el monumento fundador de la literatura francesa de finales del siglo XIII. La vida de Eloísa fue una de las más novelescas, constituyéndose de este modo en la figura legendaria de la pasión amorosa que sobrepasa el amor cortés,…”. 

La Comedia Humana. Me gustaba, gusta, esa mujer. Era, es, mi tipo. No era, es, hermosa, ni siquiera bella. Normal. Trigueña: encrespado el pelo, - corto, largo, ensortijado: según la moda-, entre 33 y 38 años; plena madurez física, sexual y mental.  Ni demasiado joven ni habiendo corrido tanto mundo que lo sabe todo antes que abras la boca: todavía con ilusiones, pensaba.

No muy alta ni muy pequeña: 1.55 a 1.65 más o menos. Piernas largas, bien torneadas, - las que me sacan de quicio -, que nacían o terminan, - según se mire -, en nalgas firmes, redondeadas, ni muy grandes ni aplastadas.

Reconozco que sus ojos no eran, son, los que más me agradan: negros, pequeños y sí, reidores, en ocasiones inquisitivos. Los prefiero más grandes, pardos, serenos y dulces, - como los de mi mujer -, pero aquellos no estaban mal dentro del conjunto. De boca atrayente, ni bembona ni una raya. Me agradan más los gordezuelos, pero sólo sin mácula es el Señor.

Sobre todo, el perfume que usaba, usa: una locura sentirla pasar cerca. No en exceso; ni falta que hacía, hace. Lo justo para quedarse poseyéndote todo el día. No era Chanel, ni Givenchy, el que gusta a mi mujer. Era, es, perfume de brujas, de embeleco, de locura. Senos que resaltaban su pecho, pero ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, vaya: lo justo para ser amados.

La veía todos los días, al menos una vez: por la mañana al ir al trabajo ella o cuando regresaba de él. Cambiaba de vestir y de peinado con frecuencia, pero nunca de perfume. Siempre con gusto: ropa ajustada que destacaba su figura, sin ser exagerada.

Éramos, somos, vecinos cercanos de la primera salida del bus y, por tanto, tenemos asientos para escoger. Modosita, se sentaba cerca de la puerta trasera, sola, aislada. Como debe ser. 

Disfrutaba discretamente de su presencia, lo hacía un poco hacia atrás de ella, pasillo por medio, solo también, como corresponde a quien quiere dedicar su tiempo y atención a lo que le interesa y no a conversar de fútbol, o del tiempo. Me recreaba observándola con discreción, creo, pues casi siempre hay otro que también ve, analiza y valora.

Tardé algunas semanas en darme cuenta que algo estaba ocurriendo ante mis ojos, aunque bastante más en encontrar qué, quién, era.

En la siguiente parada del bus subían seis o siete personas. Mayores que iban al hospital y jóvenes para su trabajo. Todos conocidos, como es normal en un pueblo y, como también usual, intercambiaban saludos, noticias y chismes entre los pasajeros.

Una chica simpática, de veinticinco a treinta, de risa fácil, no muy llamativa, acostumbra sentarse delante de mí y entablar conversación, pasillo por medio, con un joven agradable, de barba cerrada que, ¡Oh, desgracia!, se situaba detrás del objeto de mi atención. Naturalmente, saludos y sonrisas normalitas van y vienen entre los viajeros, más entre unos que entre otros, según el grado de intimidad y los años de amistad: nada fuera de lo común, pensaba.

El chico, como atrayente que era, bromeaba con todos, especialmente, con todas. Agradable, sin pasarse. Su preferida para chistes y conversaciones intrascendentes era la joven que, con inteligencia y habilidad, pasillo por medio y transversales, intercambiaba informaciones y ligeros piropos entre ambos.

Ella miraba de reojo a la chica, - sonriendo como el perro con la boca picada por una abeja-, prestando atención a lo dicho entre ellos.

Así, día tras día, hasta que, poco a poco, me di cuenta que había algo más que simple amistad entre mi elegida y su compañero de viaje.

Nada llamativo: sólo una sonrisa fugaz, capaz de derretir un témpano por parte de ella al él abandonar el bus, o unas breves palabras, dichas en voz muy baja y apresurada que delataban, al observador atento, una relación más profunda.

¡Joder! Menudo tonto de mí. De todas formas, la observación adquirió una nueva motivación: presenciar un capítulo más de La Comedia Humana.

La divina Comedia: Dante la creó hace más de setecientos años, dedicando catorce a escribirla. Inspirado por su amor a Beatriz, - joven que muere a los 20 años, la que sólo vio en tres ocasiones y con la que nunca intercambio palabra. Está clarísimo que el tío estaba un poco ido y totalmente enloquecido por la chica. Para más inri, Beatriz encarga al poeta Virgilio que la conduzca durante su viaje iniciático por el Infierno y el Purgatorio, reservando para ella el Paraíso, donde le llevará hasta la presencia del Señor. (inri: significa "Jesús de Nazaret, rey de los judíos").

Desde luego, Dante (1,265-†1,321) toma justa venganza contra sus enemigos personales y de la patria que anhelaba: la Italia unificada, separado el Estado de la Iglesia y, por si fuera poco, una Europa unida bajo un emperador culto y capaz. ¡Que viejo es el anhelo de la Comunidad Europea y que tontos son los Hombres en pensar que otro, igual que ellos, será capaz de conducirlos siempre!

Estudió los hombres y mujeres, sus virtudes y defectos. Los agrupó según su grado de pecado o pureza y los colocó en uno u otro de los nueve niveles del Purgatorio, el Infierno y el Paraíso.

Como vemos, estaba equivocado además de un poco flojos los tornillos.  Hombres y mujeres no son una sola cosa, blanco o negro, puros o impuros, santos o pecadores. Todos tenemos un poco de todo: en un momento héroe; en otro villano, siendo los mismos.

Algo parecido hizo hace doscientos años Honoré (¿Honorato?) de Balzac, - (1,790-†1,850) solo que más cercano al mundo real y, en especial, a la sociedad francesa posterior a la Revolución. También estudió la vida y actuación de mujeres y hombres: sus vicios, defectos y virtudes, pero no en razón de sus pecados, sino por sectores.

Balzac no recorrió al Purgatorio, Infierno ni Paraíso: le bastó el medio social en que vivía: la ambición de poder o de riqueza, la avaricia, la mezquindad humana en todas sus facetas. Se propuso hacerlo a través de noventa y una novelas que escribió y las cuarenta y seis que esbozó con las que se proponía terminar el estudio completo su sociedad lo que, por suerte, con perdón de escritores y admiradores de Balzac, La Parca le impidió. 

El conjunto de su obra comprende más de dos mil quinientos personajes y obras tan trascendentes como Papa Gorriot, Las ilusiones perdidas, La piel de zapa y Eugenia Grandet. Analizó críticamente la vida parisina, provincial, privada, política, militar y campesina en sus reales términos; sin falsas glorias y cruda realidad. Como vemos, no ubicó sus protagonistas en Infierno, Purgatorio y Paraíso, sino en el diario quehacer.

Curiosamente, también tuvo su Beatriz. En 1,832, comenzó una larga correspondencia y relación con una admiradora: nada menos que condesa y polaca.

Balzac ya no era un niño, ni siquiera un jovenzuelo. Mucho mundo había corrido a sus 33 años, pero el amor es el amor y más a la distancia, aunque algunos contactos aislados mantuvieron en vida del santo esposo.

Balzac estaba en la más completa ruina, - escondiéndose de cuanto deudor lo acosaba por su fracaso como editor, cuantiosos gastos, lujos y mujeres-, y ella era de la más rancia nobleza. Nada: la pareja ideal.

La señora condesa prometió casarse con el gran escritor realista ¡cuando muriera su marido!, cosa que ocurrió 9 años después de iniciada la relación, es decir, con 42 añitos el buen Honoré. Pero, para mayor gloria y luz de este ilustre amor, no se casaron hasta después de otros nueve años, por lo que ya Balzac tenía 51 primaveras. Como ven, el amor no entiende de edades ni de tiempo, pero la Vida es muy curiosa en su forma de proceder, diría que irónica, pues se casaron en marzo y Balzac murió en agosto.

El hombre que fue capaz de crear más de 2,500 personajes, escribir un ciento de grandes obras y dejar pendientes otro tanto. Que retrató con veracidad la sociedad de su época desde antes de la Revolución Francesa hasta las turbulentas rebeliones populares de 1,848, no percibió que le faltaba un personaje fundamental a su gran obra: la pura relación entre los seres humanos, al margen de los intereses, las mezquindades, ambiciones y traiciones. Faltó la vida de una pareja, que completaba realmente la Comedia Humana: la suya.  

Como ven, el interés de un hombre por una mujer y a la inversa, va mucho más allá de lo simplemente racional, material o económico.

Desde luego, hace rato que sé tienen una pregunta en la punta de la lengua, esperando que concrete el tema: ¿por qué, si te agradaba, agrada, tanto y descubriste que no era una monja de clausura ni cosa parecida, por qué no la enamoraste?

La pregunta es válida y sencilla, pero la respuesta requiere alguna explicación. Según mi esposa y muchas de mis amigas, tengo facilidad para relacionarme con las damas, soy agradable, atento, cortes, culto y físicamente interesante. Todas estas cualidades facilitan que las relaciones personales pasen de la simple amistad o conocimiento, a algo más íntimo.

Estas facilidades están limitadas por tres factores importantes: una, que durante mi juventud fui un solitario, apenas con relaciones femeninas, metido a tratar de cambiar el mundo, pensaba que para mejor: pasó el tiempo en que esas relaciones se podían establecer con facilidad, naturalmente, como hacen los jóvenes.

La otra es que amo a mi compañera desde hace muchos años, que no me gusta mentirle y, cuando lo hago, ella lo descubre nada más que mirándome a la cara, pues todavía me sonrojo como un muchacho de 15 cogido en la mentira.

La última, para ser totalmente sincero, es que tengo 79 años: ¿Se imaginan la cara de ella si me atreviese a decirle, nada más, que un pequeño requiebro?

La trompetilla todavía estaría escuchándose. Por ello, sigo mirando, que no es lo mismo que ver, disfrutando del fruto prohibido para mí, no para otros, que sí lo pueden saborear y que lo disfruten, mientras puedan.

Dicho lo dicho, debo confesar que, a ratos, me corroe la duda cuando recuerdo el refrán: “En todo momento es mejor arrepentirse de lo que he hecho o he dicho y no quedarte con la interminable pregunta: ¿Qué habría ocurrido si hubiese hecho; si hubiese dicho?”

Para leer sobre mi tumba.

Oh Madre Tierra, escucha:

te devuelvo una vida que no supo

de miedo ni esperanza, ebria de lucha;

en la que todo cupo,

y a la que nada humano le fue extraño.

Si la tocó el dolor, es cuenta mía;

Yo quiero ahora recordar tan sólo

la dulce plenitud de cada día:

la cópula del sol y la gota de agua

que en la punta de una hoja tiembla, pero no cae;

el rojo terciopelo de la fragua

cuando ya el fuego muere, terminada

la ciclópea jornada;

de la parda cebolla la cáscara iridiscente,

y el rostro bueno de la humilde gente.

Todo esto vi, todo esto amé, todo esto,

¡Oh Madre Tierra, escucha! - todo esto fue mío,

y mucho más también. Si hoy, en el gesto

con que te lo devuelvo, no hay desvío

ni pesar, tú no pienses que es por no haberlo

(amado:

es porque sé mi plazo terminado

y me hundo en el no ser sin miedo ni esperanza.

 

No hay Dios, no hay otra vida

sino ésta de la carne, y no le alcanza al

al hombre lo que de él en tus retortas

puedas hacer después. El hilo cortas

del pensar y el sentir, cuando, vencida

nuestra hora, nos llamas,

y ya nada nos toca. Tú sí amas

tu obra: por igual, uno por uno,

la misma paz a todos. No juzgas a ninguno:

para ti somos algo con que hacer otra vida,

y nada más. Un poco de material humano,

no demasiado bueno para hacer un gusano.

 

¡Oh Madre Tierra, escucha! Tú me diste

ese viejo afán mío de avasallar las cumbres,

y por eso, quizá, fui un poco triste.

Ahora ya no importa. Ya las lejanas lumbres

de los astros no vibran para mí como un grito

de ingente desafío: no habré de conquistarlas,

pero no importa. Escucha:

ahora yo también soy un poco el infinito.

 

Te devuelvo mi vida, ebria de lucha.

Gracias por todo: fue una buena vida.

Y si con este material humano

formas el cuerpo fofo de un gusano,

o los pétalos blancos de un narciso,

u otra vida, talvez, como mi vida,

me es igual. Ya mi hora está vencida:

en él no ser me hundo sin un grito,

y soy al fin un poco, - ¡también yo! – el infinito.

 

De Cunda y otros poemas, La Habana, Cuba. 1,962 AÑO DE LA PLANIFICACIÓN. Poema de Rosa Hilda Zell y Peraza, (1,910-1,971). Murió en La Habana, a las 05,00, al ella retirar el oxígeno que la mantenía en vida artificialmente.


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