Esta narración tiene dos partes: la primera en el siglo XX. Transcurre en un ómnibus de pueblo e intenta ser una versión libre de un capítulo de la Comedia Humana de Honoré de Balzac. La segunda, trata jocosamente algunos personajes de la Divina Comedia de Dante en el siglo XIV. Ambas son obras de dos grandes de la literatura mundial: Balzac lo humano y Dante lo divino. No es más que una distracción literaria sin otro propósito que hacer sonreír, y pensar, al lector. Por Romel H. Zell.
Para aquellas/os que se
consideran librepensadores les recomiendo Eloísa - Wikipedia, la enciclopedia libre. “… nacida alrededor de 1,092 (2) y fallecida en 1,164 fue una intelectual de la literatura
francesa de la Edad Media,… las
cartas de Abelardo y Eloísa se consideran el monumento fundador de la
literatura francesa de finales del siglo XIII. La vida de Eloísa fue
una de las más novelescas, constituyéndose
de este modo en la figura legendaria de la pasión amorosa que sobrepasa
el amor cortés,…”.
La Comedia Humana. Me gustaba, gusta, esa mujer. Era, es,
mi tipo. No era, es, hermosa, ni siquiera bella. Normal. Trigueña: encrespado
el pelo, - corto, largo, ensortijado: según la moda-, entre 33 y 38 años; plena
madurez física, sexual y mental. Ni
demasiado joven ni habiendo corrido tanto mundo que lo sabe todo antes que
abras la boca: todavía con ilusiones, pensaba.
No muy alta ni muy
pequeña: 1.55 a 1.65 más o menos. Piernas largas, bien torneadas, - las que me
sacan de quicio -, que nacían o terminan, - según se mire -, en nalgas firmes,
redondeadas, ni muy grandes ni aplastadas.
Reconozco que sus
ojos no eran, son, los que más me agradan: negros, pequeños y sí, reidores, en ocasiones inquisitivos. Los
prefiero más grandes, pardos, serenos y dulces, - como los de mi mujer -, pero
aquellos no estaban mal dentro del conjunto. De boca atrayente, ni bembona ni una raya. Me agradan
más los gordezuelos, pero sólo sin mácula es el Señor.
Sobre todo, el
perfume que usaba, usa: una locura sentirla pasar cerca. No en exceso; ni falta
que hacía, hace. Lo justo para
quedarse poseyéndote todo el día. No era Chanel, ni Givenchy, el que gusta a mi
mujer. Era, es, perfume de brujas, de embeleco, de locura. Senos que resaltaban
su pecho, pero ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, vaya: lo justo para
ser amados.
La veía todos los
días, al menos una vez: por la mañana al ir al trabajo ella o cuando regresaba de él. Cambiaba de vestir y de peinado con
frecuencia, pero nunca de perfume. Siempre con gusto: ropa ajustada que
destacaba su figura, sin ser exagerada.
Éramos, somos,
vecinos cercanos de la primera salida del bus y, por tanto, tenemos asientos
para escoger. Modosita, se sentaba cerca de la puerta trasera, sola, aislada.
Como debe ser.
Disfrutaba discretamente de su presencia, lo hacía un poco hacia atrás de ella, pasillo por medio, solo también, como corresponde a quien quiere dedicar su tiempo y atención a lo que le interesa y no a conversar de fútbol, o del tiempo. Me recreaba observándola con discreción, creo, pues casi siempre hay otro que también ve, analiza y valora.
Tardé algunas semanas
en darme cuenta que algo estaba ocurriendo ante mis ojos, aunque bastante más
en encontrar qué, quién, era.
En la siguiente
parada del bus subían seis o siete personas. Mayores que iban al hospital y
jóvenes para su trabajo. Todos conocidos, como es normal en un pueblo y, como
también usual, intercambiaban saludos, noticias y chismes entre los pasajeros.
Una chica simpática,
de veinticinco a treinta, de risa fácil, no muy llamativa, acostumbra sentarse
delante de mí y entablar conversación, pasillo por medio, con un joven
agradable, de barba cerrada que, ¡Oh, desgracia!, se situaba detrás del objeto
de mi atención. Naturalmente, saludos y sonrisas normalitas van y vienen entre
los viajeros, más entre unos que entre otros, según el grado de intimidad y los
años de amistad: nada fuera de lo común, pensaba.
El chico, como
atrayente que era, bromeaba con todos, especialmente, con todas. Agradable, sin
pasarse. Su preferida para chistes y conversaciones intrascendentes era la
joven que, con inteligencia y habilidad, pasillo por medio y transversales,
intercambiaba informaciones y ligeros piropos entre ambos.
Ella miraba de reojo a la chica, -
sonriendo como el perro con la boca picada por una abeja-, prestando atención a
lo dicho entre ellos.
Así, día tras día,
hasta que, poco a poco, me di cuenta que había algo más que simple amistad
entre mi elegida y su compañero de viaje.
Nada llamativo: sólo
una sonrisa fugaz, capaz de derretir un témpano por parte de ella al él abandonar el bus, o unas
breves palabras, dichas en
voz muy baja y apresurada que delataban, al observador atento, una relación más
profunda.
¡Joder! Menudo tonto
de mí. De todas formas, la observación adquirió una nueva motivación:
presenciar un capítulo más de La Comedia
Humana.
La divina Comedia: Dante la creó hace más de setecientos
años, dedicando catorce a escribirla. Inspirado por su amor a Beatriz, - joven
que muere a los 20 años, la que sólo vio en tres ocasiones y con la que nunca
intercambio palabra. Está
clarísimo que el tío estaba un poco ido y totalmente enloquecido por la
chica. Para más inri, Beatriz encarga
al poeta Virgilio que la conduzca durante su viaje iniciático por el Infierno y
el Purgatorio, reservando para ella el Paraíso, donde le llevará hasta la
presencia del Señor. (inri: significa "Jesús de Nazaret, rey de los
judíos").
Desde luego, Dante
(1,265-†1,321) toma justa venganza contra sus enemigos personales y de la
patria que anhelaba: la Italia unificada, separado el Estado de la Iglesia y,
por si fuera poco, una Europa unida bajo un emperador culto y capaz. ¡Que viejo
es el anhelo de la Comunidad Europea y que tontos son los Hombres en pensar que
otro, igual que ellos, será capaz de conducirlos siempre!
Estudió los hombres y
mujeres, sus virtudes y defectos. Los agrupó según su grado de pecado o pureza y los colocó en uno u otro de los nueve niveles del
Purgatorio, el Infierno y el Paraíso.
Como vemos, estaba
equivocado además de un poco flojos los
tornillos. Hombres y mujeres no son
una sola cosa, blanco o negro, puros o impuros, santos o pecadores. Todos
tenemos un poco de todo: en un momento héroe; en otro villano, siendo los
mismos.
Algo parecido hizo
hace doscientos años Honoré (¿Honorato?) de Balzac, - (1,790-†1,850) solo que más cercano al mundo
real y, en especial, a la sociedad francesa posterior a la Revolución.
También estudió la vida y actuación de mujeres y hombres: sus vicios, defectos
y virtudes, pero no en
razón de sus pecados, sino por sectores.
Balzac no recorrió al
Purgatorio, Infierno ni Paraíso: le bastó el medio social en que vivía: la
ambición de poder o de riqueza, la avaricia, la mezquindad humana en todas sus
facetas. Se propuso
hacerlo a través de noventa y una novelas que escribió y las cuarenta y seis
que esbozó con las que se proponía terminar el estudio completo su sociedad
lo que, por suerte, con perdón de escritores y admiradores de Balzac, La Parca
le impidió.
El conjunto de su
obra comprende más de dos mil quinientos personajes y obras tan
trascendentes como Papa Gorriot, Las
ilusiones perdidas, La piel de zapa y
Eugenia Grandet. Analizó críticamente la vida parisina, provincial,
privada, política, militar y campesina en sus reales términos; sin falsas
glorias y cruda realidad. Como vemos, no ubicó sus protagonistas en Infierno,
Purgatorio y Paraíso, sino en el diario quehacer.
Curiosamente, también
tuvo su Beatriz. En 1,832, comenzó una larga correspondencia y relación con una
admiradora: nada menos que condesa y polaca.
Balzac ya no era un
niño, ni siquiera un jovenzuelo. Mucho mundo había corrido a sus 33 años, pero el amor es el amor y más a
la distancia, aunque algunos contactos aislados
mantuvieron en vida del santo esposo.
Balzac estaba en la
más completa ruina, - escondiéndose de cuanto deudor lo acosaba por su fracaso
como editor, cuantiosos gastos, lujos y mujeres-, y ella era de la más rancia
nobleza. Nada: la pareja
ideal.
La señora condesa
prometió casarse con el gran escritor realista
¡cuando muriera su marido!, cosa
que ocurrió 9 años después de iniciada la relación, es decir, con 42 añitos el
buen Honoré. Pero, para mayor gloria y luz de este ilustre amor, no se
casaron hasta después de otros nueve años, por lo que ya Balzac tenía
51 primaveras. Como ven, el amor no entiende de edades ni de tiempo, pero la Vida es muy curiosa en su
forma de proceder, diría que irónica, pues se casaron en marzo y Balzac murió
en agosto.
El hombre que fue
capaz de crear más de 2,500 personajes, escribir un ciento de grandes obras y
dejar pendientes otro tanto. Que retrató con veracidad la sociedad de su época
desde antes de la Revolución Francesa hasta las turbulentas rebeliones populares
de 1,848, no percibió que
le faltaba un personaje fundamental a su gran obra: la pura relación entre los
seres humanos, al margen de los intereses, las mezquindades, ambiciones y
traiciones. Faltó la vida de una pareja, que completaba realmente
la Comedia Humana: la suya.
Como ven, el interés
de un hombre por una mujer y a la inversa, va mucho más allá de lo simplemente
racional, material o económico.
Desde luego, hace
rato que sé tienen una pregunta en la punta de la lengua, esperando que
concrete el tema: ¿por
qué, si te agradaba, agrada, tanto y descubriste que no era una monja de
clausura ni cosa parecida, por qué no la enamoraste?
La pregunta es válida
y sencilla, pero la respuesta requiere alguna explicación. Según mi esposa y
muchas de mis amigas, tengo facilidad para relacionarme con las damas, soy
agradable, atento, cortes, culto y físicamente interesante. Todas estas
cualidades facilitan que las relaciones personales pasen de la simple amistad o
conocimiento, a algo más íntimo.
Estas facilidades están limitadas por tres
factores importantes: una, que durante mi juventud fui un solitario, apenas con
relaciones femeninas, metido a tratar de cambiar el mundo, pensaba que para
mejor: pasó el tiempo en
que esas relaciones se podían establecer con facilidad, naturalmente, como
hacen los jóvenes.
La otra es que amo a
mi compañera desde hace muchos años, que no me gusta mentirle y, cuando lo
hago, ella lo descubre nada más que mirándome a la cara, pues todavía me
sonrojo como un muchacho de 15 cogido en la mentira.
La última, para ser
totalmente sincero, es que tengo 79 años: ¿Se imaginan la cara de ella si me atreviese a decirle, nada más, que un pequeño
requiebro?
La trompetilla
todavía estaría escuchándose. Por ello, sigo mirando, que no es lo
mismo que ver, disfrutando del fruto prohibido para mí, no para otros, que sí
lo pueden saborear y que lo disfruten, mientras puedan.
Dicho lo dicho, debo
confesar que, a ratos, me corroe la duda cuando recuerdo el refrán: “En todo momento es mejor
arrepentirse de lo que he hecho o he dicho y no quedarte con la interminable
pregunta: ¿Qué habría
ocurrido si hubiese hecho; si hubiese dicho?”
Para leer sobre mi tumba.
Oh Madre Tierra,
escucha:
te devuelvo una vida
que no supo
de miedo ni
esperanza, ebria de lucha;
en la que todo cupo,
y a la que nada
humano le fue extraño.
Si la tocó el dolor,
es cuenta mía;
Yo quiero ahora
recordar tan sólo
la dulce plenitud de
cada día:
la cópula del sol y
la gota de agua
que en la punta de
una hoja tiembla, pero no cae;
el rojo terciopelo de
la fragua
cuando ya el fuego
muere, terminada
la ciclópea jornada;
de la parda cebolla
la cáscara iridiscente,
y el rostro bueno de
la humilde gente.
Todo esto vi, todo
esto amé, todo esto,
¡Oh Madre Tierra,
escucha! - todo esto fue mío,
y mucho más también.
Si hoy, en el gesto
con que te lo
devuelvo, no hay desvío
ni pesar, tú no
pienses que es por no haberlo
(amado:
es porque sé mi plazo
terminado
y me hundo en el no
ser sin miedo ni esperanza.
No hay Dios, no hay
otra vida
sino ésta de la
carne, y no le alcanza al
al hombre lo que de
él en tus retortas
puedas hacer después.
El hilo cortas
del pensar y el
sentir, cuando, vencida
nuestra hora, nos
llamas,
y ya nada nos toca.
Tú sí amas
tu obra: por igual,
uno por uno,
la misma paz a todos.
No juzgas a ninguno:
para ti somos algo
con que hacer otra vida,
y nada más. Un poco
de material humano,
no demasiado bueno
para hacer un gusano.
¡Oh Madre Tierra,
escucha! Tú me diste
ese viejo afán mío de
avasallar las cumbres,
y por eso, quizá, fui
un poco triste.
Ahora ya no importa.
Ya las lejanas lumbres
de los astros no
vibran para mí como un grito
de ingente desafío: no
habré de conquistarlas,
pero no importa.
Escucha:
ahora yo también soy
un poco el infinito.
Te devuelvo mi vida,
ebria de lucha.
Gracias por todo: fue
una buena vida.
Y si con este
material humano
formas el cuerpo fofo
de un gusano,
o los pétalos blancos
de un narciso,
u otra vida, talvez,
como mi vida,
me es igual. Ya mi
hora está vencida:
en él no ser me hundo
sin un grito,
y soy al fin un poco,
- ¡también yo! – el infinito.
De Cunda y otros
poemas,
La Habana, Cuba. 1,962 AÑO DE LA PLANIFICACIÓN. Poema de Rosa Hilda Zell y Peraza,
(1,910-†1,971).
Murió en La Habana, a las 05,00, al ella retirar el oxígeno que la mantenía en
vida artificialmente.
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