Camagüey. Los fusilamientos (de Cómo llegó la noche). Por Huber Matos Benítez.
Fuente de la foto:
De El Fogonero - https://translatingcuba.com/the-day-i-asked-forgiveness-from-huber-matos-camilo-venegas/ Dominio público. “Entrada de las fuerzas rebeldes en la Ciudad de La Habana precedidas por los principales responsables de la derrota de la tiranía del general Fulgencio Batista y Zaldívar. Artículo tan interesante como extenso donde se narran los sucesos de la detención del Comandante Hubert Matos por él, además de otras valoraciones”. El Editor. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73516351https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=73516351
Nota: en el texto fuente existen fotos y
comentarios que amplían el contenido de este trabajo. No era posible incluirlas
en este espacio.
“El 11 de enero de 1,959 comenzamos el traslado a Camagüey en aviones de la fuerza aérea. En total van unos mil hombres incluidos los reclutas. Cuando llego, al día siguiente, en el aeropuerto me reciben varias mujeres armadas vestidas con el uniforme verde olivo del Ejército Rebelde. Se movilizan en vehículos dotados con radios de comunicación. Mientras viajo hacia el campamento militar Ignacio Agramonte veo en las calles demasiada gente exhibiendo armas.
El
campamento es un complejo de edificios circundado por un muro. Cuenta con
barracas, oficinas, áreas deportivas, anfiteatro, zonas para entrenamiento
militar y talleres. Me reúno con el comandante Víctor Mora, un guajiro de sanas
intenciones abrumado por la responsabilidad que se le ha confiado, los papeles
y el gentío. Hay personas que le plantean necesidades verdaderas, además de los
oportunistas que nunca faltan. Mora actúa dispuesto a resolver los problemas. Él va trasladado con personal de
su tropa para la provincia de La Habana.
Pasa
hora y media pero no formaliza la entrega del mando. “No me dejan, Huber, no
me dejan”, se queja. Ante la situación, él sugiere la tranquilidad de la
casa del jefe del distrito, en la que reside ahora. Recorrer los cien metros
entre las oficinas y su casa es un verdadero espectáculo. Mora da la mano a uno, dice al
otro lo suyo, se detiene a dar respuesta a la gente que lo presiona. Por fin, a
solas, tratamos algunos asuntos y me entrega formalmente el mando.
Por
no ser oriundo de esta provincia comienzo a organizar las cosas con suma
prudencia. Prevengo a mis oficiales: —Ustedes saben tanto como yo de los
localismos provincianos tan propios del país: “que los camagüeyanos
aquí..., que los orientales allá”... Hay posibilidad de recelos y
resentimientos. Para ganarnos a la gente en Camagüey, en vez de disgustarla,
debemos actuar con inteligencia. Sólo algunos de ustedes tendrán mandos
efectivos en una primera etapa; el cambio será paulatino. Si empezamos a
desplazar gente que quiere permanecer en sus actuales funciones, procederemos
como una tropa de ocupación y no estamos en eso.
Algunos
de mis oficiales parecen descontentos con los cargos asignados. Esperaban más
en reconocimiento a sus méritos como combatientes. Sin embargo, pronto se
adaptan al estilo respetuoso y conciliador que establecemos en Camagüey.
Antes
de mi llegada a la ciudad, una falsa alarma degeneró en lo que se conoce como “el
combate del hospital”. Alguien alertó sobre un supuesto movimiento de
personas que se ocultaban en el recién construido y aún no estrenado Hospital
Provincial. La alarma provocó una movilización de muchos efectivos del Ejército
Rebelde y de otros tantos voluntarios civiles armados, hacia el hospital.
Durante toda la noche se atacó a los “batistianos”. A la mañana
siguiente, cuando registran para capturarlos, sólo encuentran al pobre
hombre que cuidaba el edificio, muy asustado y metido en un tanque de cal vacío.
Las
armas proliferan desordenadamente entre la población. Se producen tiroteos
aislados que civiles y rebeldes achacan a la presencia de batistianos.
Publicamos una prohibición sobre la portación de armas: sólo podrán llevarlas
personas autorizadas. Recibimos revólveres, pistolas, fusiles y pertrechos
bélicos perdidos que pertenecen al Estado.
Desde
que llegamos, rebeldes y efectivos regulares del ejército se han integrado en
una misma tropa.
Además de los guerrilleros de la Columna 9 tenemos un grupo de la de Víctor
Mora que quedó aquí, y otro de la columna de Jaime Vega. Los rebeldes
demuestran, con hechos, que este regreso a la democracia y a la convivencia
civilizada debe basarse en un marco de orden y de disciplina, y no en los
caprichos de la individualidad.
Nos
dedicamos a la tarea de convertir a los rebeldes en militares. El capitán Gutiérrez, oficial de
infantería del antiguo Ejército Nacional, nos ayuda en este trabajo. Se
organiza un programa de reuniones informativas y formativas para la oficialidad
revolucionaria, la que a su vez instruye a la tropa. Estos esfuerzos van
dando resultados aceptables.
Llega
María Luisa con nuestros hijos y nos albergamos en la casa del jefe del
Distrito Militar. Es una casa de dos plantas, amplia y bonita, pero no tiene
el sabor de intimidad y refugio amoroso que tenía nuestro hogar en Yara. Es
difícil adaptarse a vivir dentro de un campamento militar.
La
dictadura de Batista se caracterizó por la crueldad de sus fuerzas represivas. Jóvenes
sospechosos de estar vinculados al movimiento revolucionario fueron torturados
brutalmente y asesinados. Muchas familias fueron víctimas de esa cacería
humana. En cuanto triunfa la Revolución la población comienza a exigir una
justicia severa para los responsables de estos delitos.
Hay
bastante gente presa en las cárceles: civiles y militares acusados de
colaboración criminal o de participación directa en asesinatos u otra clase de
violaciones. Los principales presos son militares, entre ellos algunos de
alto rango con un historial negro en materia de represión, tortura y
desaparición de enemigos o de simples ciudadanos considerados como peligrosos
para el régimen de Batista.
Mientras
reflexiono sobre todo esto e investigó los pasos que está dando el tribunal en
algunas causas, no puedo menos de recordar lo que me dijo durante su visita a
Santiago de Cuba, en la primera semana de enero, el comisionado provincial
(gobernador) de Camagüey, Agustín Tomé: —Fidel anunció al pueblo de Camagüey,
durante un acto público, que serían ajusticiados muchos culpables y mencionó
algunos nombres. Varios de ellos han sido arrestados.
En
Santiago ya ha habido fusilamientos.
Me han llegado informes de que se han cometido excesos e injusticias. En un
día, más de 70 acusados de hechos criminales fueron ejecutados. No
presencié juicios ni ejecuciones allí porque el mismo Raúl se arrogó esa
atribución, bien por orden de Fidel o con su consentimiento. Desde los primeros
días de enero, al comenzar mi trabajo como jefe del Primer Distrito Militar,
Raúl me dijo: —Mira,
Huber, esto de los juicios es una cuestión que quiero manejar personalmente y
tu intervención no es necesaria. Se procederá con justicia.
La
casi inmediata orden de Fidel de hacerme cargo de la provincia de Camagüey deja
a Raúl con el total control de Oriente.
La
noticia de los fusilamientos en Santiago de Cuba —todos posteriores a mi
traslado— corre por el país y se conoce en el exterior. Según información llegada a nosotros, en
tres o cuatro días de enero han sido fusilados en Santiago más de doscientos
militares y civiles implicados en hechos criminales. También en la Fortaleza de
La Cabaña, donde tiene su mando el Che, el paredón está funcionando con suma
frecuencia y ya es alto el número de los fusilados. La reacción internacional a estos hechos no es
nada favorable a la imagen de la Revolución.
En
Camagüey, desde antes de mi llegada funciona un tribunal revolucionario que
no ha dictado ninguna sentencia. Por eso hasta mi despacho llegan
constantemente señales de la molestia del pueblo. La gente cree que se está
esquivando la cuestión. Hacemos indagaciones con la entidad que controla los
tribunales revolucionarios, la Auditoría General de las fuerzas armadas, que
funciona en el Estado Mayor, en La Habana, y recibimos las instrucciones
pertinentes. Nombramos auditor de nuestro Distrito Militar al abogado
camagüeyano Emilio Cosío. Hablo con los miembros del tribunal y demás oficiales
a quienes conciernen las responsabilidades de administrar justicia, para que se
proceda a dar curso a los casos. Y les aclaro:
—Aquí
no se trata de vengarse de nadie sino de ser justos. Los criminales deben ser
castigados de acuerdo con su culpa y ajustándonos a las normas y directivas de
la Auditoría General. Los esbirros de Batista cometieron crímenes en toda la Isla.
Hay en la población una tendencia manifiesta a que se aplique justicia con
severidad; una actitud exigente no ajena a los discursos de Fidel, en los que
ha tratado el tema con evidente radicalismo. Pero no debemos confundir lo que
es un criterio político, con la necesidad y la obligación de ser justos.
En
el primer grupo de acusados se encuentra un individuo popularmente conocido
como Pata de Ganso (nota), a quien se le acusa de haber cometido
torturas, asesinatos y otras aberraciones. Está el sargento Gerardo Trujillo,
tristemente célebre por su crueldad; y con ellos un número indeterminado de
matones y criminales señalados de manera precisa como autores de asesinatos,
torturas y otros hechos de extrema gravedad. También están los implicados en
el asesinato múltiple de los sobrevivientes del combate de Pino Tres. En este
hecho participó como ejecutor el sargento Leopoldo Otaño; pero no fue el único ni
el principal culpable del crimen. Es el teniente coronel Armando Suárez
Suquet, segundo en el mando militar de Camagüey en aquel entonces (octubre de
1958), el principal
responsable del asesinato de los once heridos que ya estaban hospitalizados en
Macareño, al sur de la provincia, no lejos del lugar donde se había producido
el combate. El teniente coronel ordenó que los prisioneros heridos fueran
sacados del hospital, montados en un camión y ejecutados en un lugar despoblado.
Los detalles del crimen eran bien conocidos, pero el caso no pudo resolverse
sin tener que superar dificultades, porque Suárez Suquet esquivó el arresto
escondido en La Habana al producirse el triunfo revolucionario, y luego de su
detención fingió estar loco, no respondiendo a interrogatorio alguno. Trasladado
a Camagüey fue sometido a examen por una comisión médica, que pudo comprobar
que el trastorno mental era un ardid evasivo para no ser juzgado. Se le
llevó a juicio y fue condenado a la pena de muerte, y fusilado.
Pese
a las críticas y presiones internacionales en contra de los fusilamientos, el
21 de enero, Fidel, en un acto masivo en La Habana, exhorta a la multitud
abogando por la pena de muerte para los culpables de crímenes políticos.
Cientos de miles de cubanos allí concentrados respaldan su planteamiento de
justicia radical, simbolizada en el paredón de fusilamiento. El fervor
revolucionario y las esperanzas de un futuro promisorio para Cuba entusiasman a
la multitud en una medida que le imposibilita percibir la trascendencia de esta
política tan severa.
Un
día después, el jueves 22 de enero, fue juzgado en La Habana uno de los más
connotados criminales de la dictadura batistiana, el comandante Jesús Sosa
Blanco. El juicio se lleva a cabo en el palacio de los Deportes. El tribunal está formado por los
comandantes Raúl Chibás, Son Marín y Universo Sánchez. El juicio se
transmite por la televisión. Asiste bastante público además de periodistas
nacionales y extranjeros. El público se exalta y grita contra los
acusados. El caso, lejos de servir para demostrar los crímenes contra
personas inocentes, se convierte en un espectáculo poco propicio para la
administración de la justicia.
En
toda la Isla hay algo parecido a una psicosis de radicalismo y persecución.
Desde Manzanillo, donde el tribunal revolucionario orientado por Raúl Castro ha
llevado al paredón a muchas personas, me hace llegar su preocupación Abelardo
Guerra, un militar que lleva años en el ejército, desde donde pudo salvar
algunas vidas al darle aviso a la gente que iba a ser asesinada. Ahora me
dice que le han amenazado con involucrarlo injustamente en los crímenes que se
cometieron en el área durante la guerra. Lo reclamo, como hice con Pedro allá
en el Campamento La Plata, y aquí está ya, en el personal del Distrito Militar
de Camagüey.
Aunque
los juicios están a cargo de los tribunales revolucionarios, que se guían por
instrucciones de la Auditoría General de La Habana, pedí que en casos de
pena de muerte el tribunal me informe quién es la persona y cuáles son las
circunstancias del caso.
En
ciertas situaciones me veo forzado a intervenir directamente. Una de éstas
surge de la acusación que en el área de Ciego de Ávila hacen a unos oficiales
de Batista por el asesinato de revolucionarios. El tribunal militar de Camagüey
viaja a esa localidad y regresa con una preocupación que me traslada de
inmediato: —“Comandante Matos, la gente de Ciego de Ávila quiere que se
fusile a varios militares por su participación en una emboscada que dejó como
saldo algunos rebeldes muertos y heridos. Creemos que no hay razones válidas
para fusilarlos porque actuaron dentro de las convenciones de la guerra. Los
que cayeron allí no fueron asesinados, murieron en un combate. Hay protestas
porque no los hemos fusilado y amenazas de una paralización total de la ciudad
si no se aplica la justicia según ellos entienden”.
En
efecto, la protesta se hace con cesación de labores y tumultuosas
manifestaciones callejeras. Acudo a Ciego de Ávila y mantengo reuniones con las
autoridades revolucionarias locales, y también con gente relevante dentro de la
vida pública de la zona. Hablo
por una emisora local y pongo énfasis en el absurdo intento de fusilar a esos
militares que no son culpables de ningún crimen. Procedieron dentro
de las reglas de la guerra. Tomo una actitud firme y el problema se resuelve.
Un
caso que atrae mucho la atención en nuestra provincia es el del capitán Lázaro
Castellón, del Ejército Nacional, un oficial que había estado en conversaciones
con gente de la Revolución durante la lucha. Quienes conocen sus
antecedentes afirman que Castellón colaboró en diversas formas con el Ejército
Rebelde. Pero su situación se ha complicado de forma inesperada, pues ha
salido a relucir su presunta participación en la muerte de Alfredo Álvarez
Mola, dirigente bancario y del Movimiento 26 de Julio en Camagüey. De acuerdo
con los informes provenientes de la investigación, Álvarez Mola era contacto o
guía de la tropa de Camilo en la zona. Estando escondido en la casa de una
finca al sur de la provincia, echó a correr cuando los soldados se acercaban;
le dispararon y lo hirieron. Herido, pero con probabilidades de sobrevivir,
fue rematado y enterrado a escondidas en un lugar apartado dentro de la finca.
Entre
los oficiales del Ejército Rebelde hay una corriente favorable hacia Castellón debido
a sus contactos con los revolucionarios durante la lucha, y porque no creen que
tenga responsabilidad en la muerte de Álvarez Mola. Pero el movimiento
sindical y algunos miembros del 26 de Julio reclaman castigo severo. Muchos
dicen: “Si no fue el autor directo o indirecto del asesinato, ¿por qué
fungió como cómplice o encubridor al enterrarlo a escondidas?”. No hizo
bien al esconderse con ayuda de rebeldes de Camagüey, que bien podían haberlo
ayudado a que se fuera del país.
Las
investigaciones logran sacar a la luz que fue el soldado Francisco (Pancho)
Sosa quien tuvo a su cargo la acción de ultimar a Álvarez Mola. Y Sosa afirma que le preguntó a su
jefe: “Capitán, ¿qué hacemos con el herido?”, y recibió la orden
precisa de rematarlo y enterrarlo donde nadie pudiera encontrar el cadáver.
Durante
un tiempo, Castellón pudo escapar de la posibilidad de un juicio manteniéndose
oculto, hasta que fue detenido. En el juicio, las declaraciones de Sosa lo comprometen muy seriamente.
Los dos son declarados culpables y sentenciados a muerte.
El
caso del capitán Castellón ha sido difícil para mí. Estoy convencido de que, a
pesar de su responsabilidad en la muerte de Álvarez Mola, este hombre no es un
asesino. Lo he visitado en su celda y creo que es uno de los tantos que fue
arrastrado por la vorágine de la guerra civil. Quisiera que su suerte hubiera
sido otra.
Otro
caso de intervención directa, no obstante tratarse de un hecho considerado
irreversible, es el de una apelación informal presentada por dos mujeres que
acuden a mi despacho: —“Comandante, un hermano nuestro está en la prisión de
Isla de Pinos cumpliendo una condena de diez años impuesta por el tribunal
revolucionario de Camagüey. No es culpable, es una tremenda equivocación”.
Les
contesto que ordenare una investigación oficial. Designe al capitán Francisco
Cabrera, inspector territorial del Segundo Distrito Militar, para que haga una
amplia investigación del caso. El informe final confirma que, efectivamente,
hay una equivocación. El hombre sentenciado y que ha empezado a cumplir condena
en Isla de Pinos, no es culpable de lo que se le imputa. Envíe un informe a
la Auditoria General en La Habana, con todos los detalles; solícito que, luego
de estudiar los antecedentes, se adopte una justa determinación. La
Auditoría resuelve y el prisionero recobra su libertad.
Matanzas
y Camagüey son las dos provincias donde menos fusilamientos ha habido, a pesar
de que aquí también los revolucionarios y la mayor parte de la población
reclaman una justicia más radical, como si la credibilidad de la Revolución dependiera del número de
fusilados.
Desde
Manzanillo, me avisa mi padre que al teniente Pino, que había estado al frente
del cuartel de Yara, nuestro pueblo, van a fusilarlo en Santiago de Cuba. Mi
padre tiene la convicción de que este señor no es responsable de los delitos
que se le atribuyen, la mayoría de los cuales son obra de los masferreristas*
del área. Además, en los días más difíciles de la lucha en la Sierra, tras mi
incorporación al Ejército Rebelde, el teniente Pino le aseguró más de una
vez: “Viejo, no tema por su vida. Aunque su hijo esté peleando contra
nosotros, mientras yo esté aquí en Yara a usted no le pasará nada”. [Masferreristas:
sicarios a sueldo del senador Rolando Masferrer famosos por su crueldad con
civiles y militares.]
Mi
padre me informa que irá a Santiago a defender al teniente Pino en un juicio de
apelación que está solicitando; me pide que también yo realice alguna gestión
para salvarle la vida a este oficial.
Bien,
a pesar de que este militar me vigiló persistentemente y me ocasionó algunas
molestias, no es un asesino y estamos en la obligación de evitar su
fusilamiento.
Mi
padre por su lado y yo por el mío intercedemos. Al teniente Pino le conmutan
la pena de muerte por la de prisión.
La
aplicación de la justicia revolucionaria en la provincia ha sido un trabajo
escabroso, con factores adversos, como la inexperiencia de los rebeldes en
función de jueces, así como la radicalización del clima político basado en
el esquema de que todo lo que hace la Revolución es correcto; también por
la pretensión de que con castigos ejemplarizantes erradicaremos para siempre en
nuestro país el crimen y la barbarie desde el poder. Estos factores
conllevan el enorme riesgo de los excesos, que pueden trocar la justicia en
injusticia, en muchos casos sin posibilidad de reversión.
Durante
los días siguientes al traslado de nuestra tropa procedente de Santiago de
Cuba, la población civil de Camagüey, a causa de rivalidades históricas desde
el tiempo de la Guerra de Independencia, en el pasado siglo, nos miraba con
cierto recelo. Aunque algunos de nuestros oficiales son camagüeyanos, la Columna 9 se había
identificado como una tropa de la provincia oriental, algo difícil de asimilar
para la gente de Camagüey, celosa siempre de su orgullo provinciano.
Un
mes después y tan sólo con la actitud modesta de nuestros oficiales y soldados,
se nos mira de una manera muy distinta.
Después de un mes sin sueldo, el primer pago que reciben los rebeldes se
cubre con dinero recogido en el pueblo por iniciativa de la dirección del
Movimiento 26 de Julio de esta provincia.
Y
es que el gobierno revolucionario, transcurridas ocho semanas de su
instauración, no ha logrado poner en orden su economía y atender las
obligaciones de pago a los servidores del Estado. También hay retraso en la
tramitación de los expedientes del personal. No es fácil hacer de una tropa
rebelde el ejército oficial de la República con sólo haber tomado los
cuarteles.
El
traslado a esta provincia me facilita una relación directa con oficiales,
sargentos y soldados del disuelto Ejército Nacional que han continuado
trabajando con nosotros. Esto
me permite afirmar, sumado a otras experiencias, que la gran mayoría de lo que
nosotros llamábamos “el ejército de Batista”, está integrado por
militares decentes y respetuosos que no se involucraron en los crímenes de la
dictadura.
Camagüey
es una provincia extensa con abundantes recursos. Su riqueza proviene de la
ganadería y de las industrias vinculadas a ella: la carne y la leche. La
industria azucarera tiene también un peso enorme en la economía de la
provincia. Camagüey produce y embarca al exterior un substancial porcentaje del
azúcar que Cuba obtiene en cada zafra. Ahora que el año comienza, nos
encontramos precisamente en lo más intenso de esas labores, renglón básico de
la economía nacional. Nuestro trabajo debe contribuir al proceso productivo,
pese a los temores que los dueños de ingenios y de grandes plantaciones de caña
manifiestan ante el poder revolucionario; vale decir, ante la reforma
agraria, aún en etapa de estudio.
Ésta
es una provincia de apellidos que la honran y que su gente guarda como venerado
patrimonio. Constatar que sus pobladores nos aceptaron de buen grado, confirma
el hecho de haber mantenido nuestra línea de conducta en un marco de civilidad
y justicia, con los inevitables errores que van con la condición humana.
Tomado
de Cómo llegó la noche. Tusquets Editores, 2002. Transcrito a
partir de un ebook generado por QualityEbook v0.43.
Fuente:
https://www.elcamaguey.org/huber-matos-los-fusilamientos
Los
cambios en el tipo de letra, entrecomilladlos, subrayados, sombreados de
amarrillo, etc. son del Editor en función de hacer más fácil la lectura del texto,
tanto por cubanos por los miles de extranjeros que aprecian nuestros blogs. El
Editor.
Próxima publicación: se hará en fecha cercana, donde se recoge la rebelión de los esclavos en el Camagüey. Así conocerán cómo se vivía y moría antes de la Independencia. También un artículo de Samuel Feijóo, nuestro inolvidable etnólogo que recorría los campos en busca de la sabiduría popular, convirtiéndola en muchos de los “cuentos” cubanos.