“Años de Rebeldía”. Por Aldo Rivero Palenzuela.
En mi
memoria los recuerdos se tornan confusos. Para rescatarlos, me ocurre como si
tuviera que extraerlos de una densa bruma, perdida allá a lo lejos.
De
ellos emerge aquella tarde de octubre de 1,957, en la que los presos políticos detenidos
en el Castillo del Príncipe, recibían una visita de sus familiares o amigos,
separados de los presos comunes, por supuestos o reales actos contra la
tiranía.
Presos políticos en el patio de su área en el Castillo del Príncipe, La Habana. Foto: e-bay.com
Alrededor
de las tres de la tarde, un preso saltó inesperadamente, en el mayor silencio,
el separador de los visitantes, uniéndose a sus familiares, con los que
abandonó la prisión confundido entre ellos.
Otros,
sorprendidos por la audaz acción y lo fácil que había resultado escapar, lo
imitaron. Fernando sería el tercero o cuarto en alcanzar la calle, evadiéndose
en las narices de los custodios que se habían ensañado en su persona con
bestialidad. Junto con él logró saltar Renán, que resultó el último, pues el
número doce dio un traspié que puso sobre aviso a los guardias, generalizándose
la alarma, provocando el desalojo de las visitas.
El
destino resultó diferente para cada uno de ellos. Algunos alcanzaron días más
tarde las montañas insurrectas, otros cayeron heroicamente en reiterados
enfrentamientos con la policía, un puñado pudo marchar al duro y nostálgico
exilio, para continuar la lucha o regresar clandestinamente.
Fernando
y Renán unieron por largos días sus vidas. Deambularon por innumerables sitios
de la ciudad, buscando lugar seguro. Como era de esperar, la jauría de verdugos
no tardó en “visitar” los escondrijos
habituales o conocidos de los fugados; “lo
mejorcito” de los cuerpos represivos: Pilar García,- el asesino de los
combatientes del Cuartel Goicuría, en Matanzas-, Esteban Ventura Novo, Martín
Pérez, Mariano Faget, Jefe del Buro de Investigaciones, así como otros de menos
mando. Cada “visita” de los jefazos estaba protegida por numerosos
guardaespaldas.
Aquella escapada casi milagrosa no tuvo
éxito. Fernando y Renán fueron a parar a una casa de Pocito y Tejar, en
Lawton, donde los acogieron con grandes muestras de cariño y protección, lo que
convirtió aquel refugio en un lugar inolvidable para los revolucionarios
perseguidos.
Allí
también me encontraba, protegido y cuidado al igual que los nuevos huéspedes
con los que establecí una profunda amistad, especialmente con Fernando, ya que los
protectores consiguieron otro lugar para Renán, tratando de disminuir las
probabilidades de que fuera descubierto el refugio del resto.
Nos
volvimos inseparables Fernando y yo: cuando abandonamos el lugar, siempre
seleccionábamos un refugio donde ambos tuviéramos cabida. Nos acostumbramos a
protegernos mutuamente: nuestra hermandad alcanzó límites nada fáciles de explicar
a un extraño.
Los
momentos de peligro que nos tocó compartir juntos, marcaron una huella
imborrable en los recuerdos que conservo de aquellos días. Así fuimos sorteando
numerosos albergues, casa a casa, cuarto a cuarto.
Oscurecía
ya en la tarde en que se detienen mis recuerdos, cuando decidimos ir para la
vieja casona de la doctora Isolda Jiménez. El cuarto de Lawton, donde habíamos
permanecidos por unos días, había dejado de ser lugar seguro.
Esa
noche, literalmente inolvidable, la doctora se desvivió en atenciones, como si
se tratara de sus hijos, que eran adolescentes aún: una joven promesa que
soñaba con ser bailarina y un joven muy serio y formal para su edad.
Isolda
preparó una agradable comida. Sabía, sin que mediaran palabras, lo que
necesitábamos. Dispuso una habitación con lo necesario, haciéndolo todo con
diligencia y cariño. Más tarde compartió durante largo rato con nosotros y,
para alejar la honda preocupación que advertía en nuestros rostros, encendió el
televisor, interrumpiendo a ratos los programas con comentarios que hicieron
más llevadera la noche. A tal punto fue agradable y familiar el ambiente, que
recuerdo un momento en que Fernando dijo: “Oye,
mi hermano, aunque hay mucha diferencia entre mi casa y ésta, me parece que
estoy allá… ¡Qué bien me siento…!”
Serian
alrededor de las once de la noche cuando nos despedimos y retiramos a nuestro
improvisado cuarto para tratar de dormir, lo que últimamente se volvía un
pequeño martirio.
El
reloj estaba próximo a las dos de la madrugada, cuando alguien, agitando la
pequeña manecilla femenina de bronce que servía de aldaba, tocó insistentemente
y con fuerza la puerta de la calle. Nos despertamos al mismo tiempo.
Isolda,
en bata de dormir, abrió la puerta del balcón con una seguridad que estaba muy
lejos de sentir. Debajo, en el nº 970 de San Rafael, pudo ver una perseguidora
(carro patrulla) a su lado, un policía miraba hacia el balcón. Volviendo
disimuladamente la cabeza hacia nosotros, dijo entre dientes: ¡La policía!
Simultáneamente,
escuchamos una voz desde los bajos que preguntaba: ¿Usted es la doctora Isolda Jiménez?
Ella respondió afirmativamente. El policía le pidió que abriera la
puerta. Isolda retrocedió en silencio, pálida como la muerte, encendió una
pequeña lámpara en la sala y vino hacia nosotros que estábamos en el cuarto,
para susurrarnos: ¡Es una perseguidora!
Fernando
le respondió rápido: -Abra, son pocos,
al tiempo que introducía en el bolsillo trasero de su pantalón varios peines de
Browning.
Le
observe cargar el arma y lo imite en silencio. Le dije con voz apenas audible:
-Chico, me extraña que sea un solo carro…
No lo comprendo,
confirmó él, meditando sobre ello, pero sin pensar en otras alternativas, que
no fueran un enfrentamiento en plena madrugada.
Nos
trasladamos a la cocina, la que da acceso a la entrada de la escalera en su
parte superior. Por una rendija de la puerta, observamos la lámpara de la sala,
que alumbraba tenuemente la cara de Fernando. Sus ojos reflejaban violencia,
contrariedad. Tenía los labios crispados, las cejas levantadas. La preocupación
nos invadió. Supe, sin que mediaran palabras, que no pensaba sólo en nuestro
destino inmediato, sino en Isolda y sus hijos. Vi moverse sus ojos en todas
direcciones, un gesto que había visto otras veces reflejado en su rostro. Como
si estos pudieran hablar por sí mismos.
Me dijo
en voz baja: Dentro de un rato tú y yo
vamos para el Necrocomio, pero puedes estar seguro que no vamos a llegar solos.
Algunos de estos hijos de puta nos van a acompañar.
Ya el
policía alcanza la puerta del apartamento. Tensos, atentos al dialogo que se
inicio, escuchábamos conteniendo la respiración: ¿Usted es la doctora Isolda Jiménez? Ella respondió
afirmativamente. El policía vuele a preguntar: -Doctora, ¿el doctor Figueredo vive aquí?
-Bueno, vigilante, el doctor Figueredo
no vive en esta casa. Hace cuatro años que estamos divorciados.
El
policía, moderando el tono de la voz, le dijo: -Mire, doctora, lo que sucede es que el doctor Figueredo se ha tomado
unas copas de más y en la estación planteó que esta es su casa.
-Bueno, eso se deberá a los tragos,
pues si estuviera normal no diría eso.
Lo
hemos escuchado todo. Ha desaparecido la tensión y parte del peligro. Fernando,
en voz baja, como para sí, exclama, incapaz de atinar otra cosa: ¡Ay mamacita!
-Bueno,
doctora,- oímos de nuevo preguntar al policía-, ¿Usted cree que él pueda permanecer aquí hasta que se le bajen los
tragos, para que no tenga que permanecer en la estación, como una buena y
decente persona que es?
Isolda
guarda silencio unos minutos y, por fin, accede, no sin cierto malestar.
Dos
policías ayudan al médico escaleras arriba. Los brazos le cuelgan en cruz por
sobre los hombros de los fornidos agentes, que suben a duras penas su carga, la
que está a todas luces, insensible de aquella transportación inesperada. En sus labios, asoma una
espléndida sonrisa infantil, tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia
atrás y con los ojos casi cerrados, no cesa de tararear:
“Entre candilejas
te adore
Sin saber de ti me
enamore
Y brotó en mi alma
un no sé qué
de amor… por
ti…"
Fernando,
con una media sonrisa, exclamó: ¡Le ronca
el mango esto, caballeros!
No pude contener la risa.
Desapareció totalmente el peligro y afloran otros sentimientos, por supuesto,
más ligeros y agradables.
Foto: businessinsider.es
Los policías depositan su carga
en un ancho y cómodo butacón, dejándola casi caer. El doctor Figueredo ha
quedado con la barbilla profundamente clavada en el pecho y los brazos
flácidos, extendidos fuera del mueble, profundamente dormido, al parecer y por
suerte, para largo rato.
La doctora cruza muy cerca de él,
ignorándolo y dirigiéndose a nosotros, ahora con el rostro iluminado de
alegría, diciéndonos al tiempo que enciende la bombilla de la cocina: -Muchachos, ¡tenemos que hacer una buena taza
de café!
El aromático olor no se hace
esperar. Isolda sirvió tres tacitas que saboreamos con gusto, riendo y haciendo
chistes ante lo acontecido.
¡Cuán lejos estaba el aletargado médico de imaginar el final que
pudieron tener aquellas copas!
Biografía condensada de
José Antonio Echeverría Bianchi. (Manzanita.)
Foto y texto de Biografía de José Antonio Echeverría, es.wikipedia.org
Nació
en “Cárdenas, Matanzas, 16 de julio
de 1,932 - La Habana, †13 de marzo de 1,957, fue un líder estudiantil y
nacional revolucionario cubano.
…fue
uno de los dirigentes revolucionarios más destacados que tuvo la juventud
cubana y, muy especialmente, el movimiento estudiantil universitario. Pero
además, un indiscutible líder revolucionario de carácter nacional cubano, cuya
herencia ideológica, patriótica y antiimperialista sumó a la identidad
discursiva revolucionaria cubana”.
[Por su carácter y
forma de ser recibió el cariñoso sobrenombre de Manzanita, también vinculado al sano color ligeramente sanguíneo de
su piel. Amable y enérgico, según lo requiriera la ocasión, tenía don de
dirección y organización, además de valor personal destacado. En las lides
estudiantiles era integrador con todos los sectores políticos del medio,
incluso cuando discutía sobre la legitimidad de una elección en una facultad,
por ejemplo, Filosofía y Letras, discusión que presencié y que terminó
pasándole el brazo por encima a la compañera de la Juventud Socialista, con
cariño y afabilidad. Tenía los mejores rasgos de los cubanos, en general,
siendo querido y apreciado aún por sus contrarios.]
“En septiembre de 1,954, fue
elegido presidente de la Asociación de Estudiantes de la Facultad de
Arquitectura e integró parte de la F.E.U. En 1,955 volvió
a ser electo para este cargo.
A
finales de ese mismo año fundó junto con otros compañeros, el Directorio Revolucionario, organización clandestina estudiantil para combatir a la dictadura [tiranía] de Fulgencio Batista. El Directorio Revolucionario se convirtió en la organización más representativa del estudiantado
cubano como sector social en el campo de la lucha contra la tiranía, pero
también luego en un referente urbano de resistencia nacional. Bajo
la dirección de Echeverría las acciones estudiantiles se intensificaron, a
diario se producían en todo el país manifestaciones, mítines y paros que
generalmente desembocaban en choques sangrientos con la policía del régimen de
Batista”.
[El sector
estudiantil, desde el bachillerato, pasando por las escuelas de oficios, tenía
muy activas otras agrupaciones insurreccionales, tales como el M-26-7, la O.
Auténtica, el Directorio, la Juventud Socialista, etc. que se unían a los actos
de calle que orientará la Universidad de La Habana o cualquier otra en
diferentes ciudades. Por ejemplo, los 7
de diciembre, aniversario de la caída en combate de Antonio Maceo y
Grajales y Panchito Gómez Toro, el hijo del general Máximo Gómez Báez. La fecha agrupaba todos los
muertos por la Libertad de Cuba, sin distinción de grupos o clases y fue
muy combativa hasta los años 57-58 en los cuales la represión ya era pública, notoria
y sin límites.]
“A mediados de 1,956,
José Antonio, salió hacia Chile para
participar en un congreso de estudiantes latinoamericanos. También recorrió
varios países en los cuales denunció el régimen de Batista y divulgó sus ideas
revolucionarias. En agosto de ese mismo año viajó a México para
sostener una reunión con Fidel Castro, en la que también
participaron Faure Chomón y Fructuoso
Rodríguez por el
Directorio Revolucionario; también estaban presentes, otros dirigentes del Movimiento
26 de Julio, como
el Jefe de Acción y Sabotaje de la provincia
de Oriente, Frank País.
Esta
reunión se realizó con el objetivo de coordinar los planes de acción de ambas
organizaciones con respecto a la lucha armada que se llevaría a cabo en la Isla
a partir de ese momento contra la dictadura
de Batista. A raíz de estas conversaciones Fidel Castro y
Echeverría suscribieron un documento llamado Carta de México o Pacto
de México, que constituyó un paso de extraordinaria importancia en la
unificación de las fuerzas revolucionarias que llevarían a cabo el
derrocamiento del dictador Batista.
Finalizada
esta reunión en México, Echeverría, Faure, Fructuoso y Frank País regresaron a
Cuba como pudieron. Luego, estimulados por sus resultados, las fuerzas
revolucionarias intensificaron sus acciones a finales de 1,956.
Foto: es.wikipedia.org
Como
consecuencia del incremento de las acciones revolucionarias en las ciudades y
para darle seguimiento a lo pactado en la Carta de México, el 13 de
marzo de 1,957 Echeverría junto a los otros dirigentes del Directorio Revolucionario planearon y decidieron atacar
el Palacio
Presidencial para derrocar al dictador Fulgencio Batista y
por otro lado tomar la emisora Radio
Reloj para divulgar los hechos. Al terminar la operación de Radio Reloj,
cuando se dirigían a la Universidad
de La Habana, el auto donde viajaban tuvo un encuentro con una perseguidora entablándose
un combate, en el que cayó José Antonio Echeverría”.
[Radio Reloj era
una emisora que transmitía las 24 horas informaciones nacionales e
internacionales, informando la hora exacta cada minuto, por lo cual tenía mucha
audiencia permanente y era importante para la divulgación del Asalto a Palacio más
los hechos posteriores. La emisora se encontraba en Radiocentro, 23 y L, a unas
pocas calles de la Universidad de La Habana. Su asalto fue un acto muy arriesgado por encontrarse la
zona con constante vigilancia policial. Las palabras al Pueblo cubano
las pronunció José Antonio que estuvo hablando hasta que un trabajador de la
emisora la desconecto, cesando la transmisión, momento en que se retiraron
en un coche que fue interceptado al lado de la U. de La Habana donde,
combatiendo con la policía, fue muerto Manzanita.]
“Para evitar un
entierro público y las manifestaciones populares, el régimen batistiano retuvo
el cadáver en la morgue hasta horas de la tarde del día 14 de
marzo. Fue
entonces que entregaron el cuerpo a la familia, que ya estaba en La Habana desde
el propio día de la muerte de Echeverría. Cerca de las seis de la tarde
autorizaron el traslado del féretro hacia Cárdenas, pero con dos condiciones:
sólo el auto de los padres podía acompañar al carro fúnebre. El resto del
cortejo debía partir de inmediato y esperar en la Calzada de Managua. Como
segunda condición se planteó llevar el ataúd directamente al cementerio de
Cárdenas.
El
cortejo fúnebre fue detenido y revisado varias ocasiones y al llegar a la
Calzada (sic) se le ordenó adelantarse hasta el cementerio. La necrópolis
estaba rodeada por policías y agentes del Servicio
de Inteligencia Militar, uno de
los cuerpos represivos de la dictadura,
que procedieron a registrar autos y personas por orden del capitán Alzugaray,
jefe de la policía de la zona, quien por sus crímenes sería fusilado tras el
triunfo de la Revolución
cubana”.
Próxima edición: finales o principios de
septiembre.
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