Historias y narraciones para propios y extraños.
Al otro lado del río.
Por Romel H. Zell.
Siempre he vivido en mi ciudad, salvo las ocasionales estancias en el campo por la permanencia en los cortes de caña de azúcar y trabajos agrícolas voluntarios. A pesar de ello, me gustan la tierra, los animales, las plantas. Al triunfar la insurrección, mi primer deseo fue estudiar agronomía, cosa que no hice y hoy lamento un poco. Hubiera sido más útil y, posiblemente, más feliz. Foto: puente de calle 23 sobre el rio Almendares. De: radiorebelde.cu
Son acogedoras muchas de nuestras ciudades y agradables todas. Pinar del Río y su hermosa costa norte; Matanzas, la de los puentes, las cuevas de Bellamar y el valle del Yumurí; Cienfuegos, con su enorme y hermosa bahía; el bello y bien trazado desarrollo urbano. La acogedora Camagüey, de frescas casas patricias o la inigualable Santiago de Cuba, de gente buena y amable.
Mi ciudad es La Habana. La conozco desde hace 70 años y la quiero mucho. Cuando joven camine sus calles y avenidas, un poco por necesidad y otro poco por juventud. Es una mezcla de culturas y estilos, de gentes y tradiciones que no existe en el resto del país. En construcciones, todas con más de 45 años, puedes encontrar desafíos técnicos como “La Mariposa”, enorme placa voladiza, apoyada solamente en dos columnas, que sirve de techo para un local donde jugar básquet. El techo monolítico en concreto y acero del Palacio de los Deportes, descansa sobre el resto de la estructura del edificio, sin estar fundido en ella. Otras, igualmente desafíos técnicos y expresión de belleza, son sostenidas por una sola columna, como las de 23 y C o 112 y Quinta. Avenida. Impresionantes edificios como el de 23 y 26, cuyas 10 plantas están soportadas solo por cuatro columnas, dentro de cuyas entrañas se esconde toda la parafernalia de conductos eléctricos, conductoras de aguas servidas y de consumo. Todas, también, expresión de atrevido diseño y buen gusto.
No se trata sólo de vanguardia técnica. Nuestras cuarterías, córralas en España, son el remedo de los patios centrales andaluces, con sus pasillos, descansando sobre traviesas, uniendo todas las habitaciones. Decenas de construcciones muestran la obra de los maestros albañiles catalanes de principios del siglo XX, algunas al más puro estilo de Gaudí: en la calle Reina muchos de sus balcones,- hoy muy destrozados-, son catalanes y en la Víbora, ahora escuela, esta una obra totalmente gaudiana: la Masía Catalana1. Ampliar en: http://www.artnouveau.eu/es/city.php?id=21
Por doquier se encuentran construcciones que reflejan la cultura española: patios centrales con la típica fuente sevillana, cenefas de preciosos dibujos azulejados son comunes tanto en los barrios antiguos de ricos, como en las escaleras de edificios empobrecidos del centro de la capital.
Nuestra burguesía culta diseñó la Quinta Avenida, al decir de visitantes extranjeros, una de las más hermosas del mundo. Los criollos acomodados de la mitad del siglo pasado hicieron sus casas con portales alrededor de la residencia, versión de nuestras viviendas campesinas, más patios centrales, techos de hormigón cubiertos por la fresca teja catalana, maderas preciosas, pisos bellos y amplios jardines. Los ricos cultos diseñaron sus nuevos barrios de forma diferente. Donde residían los Bacardí y similares, las calles no son rectas, paralelas: van desarrollándose en forma circular, lo que crea confusión inicial al visitante, hasta que comienza a entender el racional sistema de identificación estadounidense de las vías.
El primer recuerdo que tengo de mi ciudad fue cuando tenía 5 o 7 años. Me caí y partí una pierna. La imagen del quicio de la puerta con el cual había tropezado, de mi madre tratando de inmovilizarme y mi padre de darme masajes, es el más remoto que está en mi memoria. Fue en una cuartería, al fondo de la tintorería que tenían unos españoles cerca del parque del teatro Auditórium donde, además, comí dátiles de las palmeras que allí había, desaparecidas hoy, al igual que casi todas las de la 5ª Avenida.
Después la familia estuvo en casi todos los barrios de la ciudad. Como muchos cubanos de la época, alquilábamos una vivienda por encima de nuestras posibilidades económicas: pagábamos un fondo y uno o dos meses después comenzaba la demanda judicial y el desalojo por falta de pago. Así vivíamos y no era especialmente deshonroso, caso que a alguien le preocupará este aspecto.
Como hijo de obreros, trate de estudiar en Artes y Oficios: electricista. La novatada del ingreso en 1953 fue inolvidable. Lo normal era pelar al rape a los nuevos, cubrirlos con talco, sacarlos en procesión no muy sacra por Belascoín hasta el Parque Maceo, cosa de un kilómetro de juvenil escándalo. Como la mayor parte de los cubanos, no soporto las vejaciones: no me importaba la novatada, pero sí la humillación. El resultado fue que luche con el grupo de estudiantes que encabezaba la algarada, en el estribo de un ómnibus. El primero que quiso sacarme de allí salió con la boca partida, llena de sangre: Elpidio Morejón se llamaba y después fue mi amigo. Claro, terminada la bronca, me incorpore a la comparsa, pues eso era, y jodimos por todo lo alto, conmigo casi como primer desfilante.
Primer año de la tiranía y ya se conspiraba. La rebeldía y la juventud son inseparables. Repudió los jóvenes que no se enfrentan a la injusticia, a los que no tienen criterio, a los que con todo están de acuerdo. Las primeras huelgas estudiantiles, las primeras reuniones clandestinas, las primeras putas.
Al terminar las clases, a las 11 de la noche, para el bufo teatro Shanghái, con el clásico trío del negrito, el gallego, la mulata. Todavía no exhibían películas que ahora no serían porno, solo subidas de tono. Desde el gallinero, con los amigos del instituto de formación profesional, aplaudíamos los buenos tenores y cantantes. A la salida, al barrio de las putas, que hoy no lo serían. Recuerdo la primera: mayor, gorda como un elefante. Cuando me miro, vio en mi cara la duda y dijo: “Todas lo tenemos igual. Lo que hay es que saber moverse”. Ella sabía. Foto: yolandafar.blogspot.com
Después, mucho después, me aficione a una preciosa mulata. Cuando estaba con ella, pegaba unos brincos y unos gemidos de lo más raros. Como conocía muy poco sobre el sexo, no comprendía qué le pasaba. Después lo supe. No era un tipo del todo feo con 17 años y parece que me encontraba de su agrado... Eso también ocurría.
Edificio central de la masonería cubana. Entre otros, tenía una universidad especializada en empresariales. Foto: havanainside.wordpress.com
El primer año de estudiante, la primera protesta, un siete de diciembre, en el Parque Maceo, aniversario de su muerte. Llegó la muchachada del Instituto de La Habana, del Vedado y de la Víbora, más los de Artes y Oficios y muchos universitarios. También la policía con sus vergajos. (Los “bichos de buey”) En lugar de correr, me puse a fumar en mi pipa y él que venía a pegarme pensó que era un comemierda extraviado o un loco. El caso es que no me sonó. Salí bien.
Las primeras “prácticas de armas” eran una locura. Íbamos entrando por grupos en locales que no tenían escapatoria. Todos nos conocíamos. En voz alta. En pleno día y ciudad. Unas eran en la antigua Universidad Masónica, que estaba en Reina y Belascoín, pleno centro de la capital. Edificio sobrio en cuyos salones las armas pasaban de mano en mano, donde la teoría de las Ciencias Sociales se convertía en la realidad de la lucha contra la tiranía. Dicen que los curas de la preciosa Iglesia del Sagrado Corazón, que estaba a doscientos metros de allí, elevaron unos metros la cruz que coronaba la torre para que el signo masón no quedase por encima de la santa enseña.
Otras veces el entrenamiento se realizaba en locales un poco más protegidos, como en el hospital de una sociedad mutualista, la Quinta Asturiana, en el pabellón de los sifilíticos y sus similares. El diseño y la concepción funcional del hospital era parecida al catalán de San Pablo ideado por Luis Doménech, aunque mucho más modesto y sin el estilo de Arte Nuevo que lo caracteriza.
Una ametralladora Thompson calibre 45, que era un espanto, circulaba de mano en mano. Pistolas de todo tipo: desde Máuser 30.65 hasta revólveres vizcaínos, que se abrían al medio y al primer tiro seguro explotaban.
Aquello era una bella locura, propia de la juventud, la rebeldía y la inexperiencia. Por suerte, eran los primeros años de la tiranía y la represión todavía no era como lo fue poco más tarde. Cuando el Gordo Valle y José Luis cayeron presos, se portaron como héroes, no los mataron ni delataron a los compañeros, aunque sus buenos palos les dieron.
La primera bomba. No la puse ni me gustan. La noche de las Cien Bombas Carlos me dijo que había que poner una, pero era demasiado conocido. Entretuve al bedel y él fue quien la encendió. Tremendo Carlos: todas las asignaturas con Sobresaliente, premio en la mayoría. Murió asesinado en la Huelga General contra la tiranía del 9 de abril.
Así era mi ciudad entonces. Ni todo bueno ni todo malo. Un día que estaba muy contento, no sé porque, le dije a un policía de la tiranía en la esquina de Galiano y Zanja: “Oye, donde queda tal cosa...” Ni me miró. Cuando volví a preguntar, me respondió: “Cuando se dirija a una persona, primero dé los buenos días. Pida las cosas Por favor”. Nunca he olvidado la lección ni la vergüenza y aun hoy, cuando parece ridículo y fuera del tiempo hacerlo, lo tengo presente. Son lecciones que quedan marcadas como salvas de sal, además de un policía que era una buena persona.
Como ese incidente, tengo dos nítidas fotografías mentales: el 10 de marzo, cuando se produce el golpe de estado, partí de mi casa en Arroyo Naranjo hacia el centro de la ciudad, a estudiar con unos amigos para ingresar en la enseñanza media.
En la guagua,- bus-, me enteré que se había dado un golpe de estado contra el gobierno constitucional. La curiosidad me llevó a recorrer la ciudad y quedó, imborrable, la imagen de los marineros, con armas largas y ametralladoras, acostados sobre la calle 23 e Infanta, custodiando el antiguo Ministerio de Agricultura, hoy, del Trabajo.
Otra: domingo por la noche. Ómnibus de la ruta 10. Lugar: Monte y San Joaquín. Sube un vendedor de periódicos voceando: “Asaltaron el Moncada, 80 muertos, compra Alerta”. En aquel momento sentí que nada volvería a ser como antes.
Bella mi ciudad. Con miseria contenida: “Pobres, pero honrados. Pobres, pero limpios”. Pintar la casa, con lechada, para el Año Nuevo. El par de zapatos mejorcito, de $4.99 de los polacos. No se iba a la calle sin camisa, en short, en chancletas, sucio, o arrojando pingas y cojones por la boca. Ni muchachos, mucho menos niñas, ni hombres. Que no lo son más por decirlas.
Madrid y Barcelona eran aldeas cuando mi ciudad era bella. Hoy, que conozco algunas, - Panamá, Moscú, Kiev, Berlín, Sevilla, Barcelona, Madrid, Córdova -, ninguna es como lo era ella.
Mi ciudad ha visto grandes cosas. Desde un 20 de Mayo de 1902, culminación de nuestras luchas de 30 años por la independencia, hasta un 8 de enero, fin de la tiranía batistiana. El entierro de las víctimas del sabotaje al barco La Coubre, la despedida al Che. Foto: flickr.com
Sí, ha sido grande, pero ha sufrido mucho. Poco queda de lo que fue. Hoy son lugares para extranjeros, no para cubanos, los bonitos, los que tienen todo lo que no tenemos. Pobres caminos vecinales, que no calles, las que usamos. Sucia, oscura. Con arbolitos de Navidad llenos de inmundicia esperando que recojan la basura acumulada de 4 o 5 días.
Cuando voy a la ciudad, la que era mía, me avergüenzo, encolerizo y sólo deseo regresar a mi casa, por una avenida casi en buen estado, con árboles, sombra, agua, sin arbolitos de Navidad, nuevo nombre de las bolsas de basura colgadas durante días en espera de su recogida... Sí, ahora vivo donde los nuevos ricos, la nueva clase dominante, al otro lado del río.
P.D. Hace 12 años emigre por varias razones, unas de salud propia y de mi compañera; otras al comprobar que no tenía sentido aquello por lo que había luchado y volvería hacerlo. Muchas esperanzas e ilusiones han quedado en el camino. Espero que las futuras generaciones recuperen lo bueno que tuvo Cuba antes de 1959, lo poco o mucho bueno desde esa fecha al presente, y eviten los errores cometidos en el camino.
1. “En la barriada de La Víbora se erige otra imponente residencia, la de Dámaso Gutiérrez, en la calle Patrocinio No. 103, entre O´Farrill y Heredia, construida en 1913, también obra de Mario Rotllant. Interesante resulta, asimismo, la Masia l´Ampurdá, en la calle Revolución No. 152, también en la barriada de La Víbora, una construcción de 1919 considerada de estilo art-noveau catalán y que destaca por su aire de masía en medio de la capital cubana. (En la actualidad, no cuando se construyó. Entonces era barrio de “las afueras”, residencial.) A cubanos y no cubanos, recomendamos abrir este excelente y verídico vínculo histórico más que turístico. En él encontraremos muchas historias desconocidas incluso para cubanos ilustrados, españoles y catalanes de pura cepa.
http://travelcoachcuba.blogspot.com.es/2013/05/la-habana-cuba-una-guia-pensada.html